Una pequeña joya de papel que deja un recuerdo (y una sonrisa) indeleble

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Una de esas veces que me dejo aconsejar por mis libreros de referencia, Tipos Infames. Esta vez me lo propuso Alfonso y (¡oh sorpresa!) acertó. La vida perra de Juanita Narboni es una pequeña joya de papel. Divertidísima y dolorosa a partes iguales. Ángel Vázquez crea un personaje sin desperdicio. Con un estilo directo y colorido y una gran riqueza léxica, el autor nos regala un monólogo brillante que debería pasar a los anales de la Literatura en español.

Juanita es una solterona desvergonzada, lanzada, maruja, con un afilado sentido del humor, a veces vulgar, a veces refinada, resentida con su entorno, cabezota, profundamente tradicional en las formas y una verborrea incontrolada. Atropellada por numerosos problemas y aferrada a su madre desde su más tierna infancia, Juanita elabora un monólogo con continuas referencias a la sociedad tangerina de mediados del siglo XX.

Destaca el sentido del humor, en todas las páginas. Por ejemplo, un momento en el que Juanita queda a tomar café con sus amigas (a las que por detrás critica y por delante soporta):

“¿Quién demonios me mandaría a mi ayer a invitar a esas tontas?… Bueno, ellas no tienen la culpa. Ha sido la maldita vanidad. No, no quiero té. Envenenado está ese té. Una buena confesión es lo que necesito. ¿Quién me mandaría a mi querer invitar a mis amigas, a querer igualarme con ellas, que al fin y al cabo disfrutan de una posición más desahogada que la mía? ¿De dónde sacarán el dinero esas bastardas? Eres una pobre piojosa de mierda, Juani, eso es lo que eres. Juanita Narboni, la señorita Juanita Narboni, la señorita caquette es lo que tú eres. Bueno, con despotricar no adelantamos nada. Calma, Juanita, calma, deja de reconcomerte, ya sabes que en el momento decisivo ocurrirá el milagro. ¡Cálmate, al fin y al cabo has sido una señorita muy bien educada!”

En la relación con su hermana está uno de los elementos más interesantes de la novela. La hermana de Juanita representa la modernidad y la apertura a nuevas tendencias. Sin embargo, Juanita reniega de ella continuamente. La considera una despechada, una aprovechada, una guarrilla que se va enrollando con todos los jovenzuelos que le hacen una carantoña [siento el tono misógino, es el tratamiento que el personaje le da a su hermana]. A pesar de todo esto, en algún momento se percibe cierto amor por ella (no deja de ser su hermana y Juanita es una mujer tradicional que cree en los valores familiares), y cuando se sincera consigo mismo sale a la luz la versión de Juanita más entrañable:

“Ya empezamos, Juani, ya empezamos. Guarda esa botella ahora mismo. Unas letritas, una cartita de nada, hermanita mía, y te juro que te lo perdono todo. ¿No te das cuenta de lo sola que estoy? Hay que tener malas entrañas. Tú me animabas, a la fuera, pero al final siempre arrancabas conmigo, y te preocupabas de que yo fuera arregladita a todas partes. “Esos ojos, Juani –me decías-, sácale partido a esos ojos, y esas piernas, son las piernas de Marlene, mi reina…” ¿Pues no estoy llorando? Para eso sirven estos ojos, para llorar, para soltar por ellos chorros de lágrimas. Esto no puede seguir así, Juani. Antes de guardar la botella me echo otra copita. No puedo resistir la tentación. Nada, que el cochino viento no para. Ni tampoco paran los recuerdos.”

No es el tono normal del libro, es más común encontrar expresiones como “¡No puedo más, me meo viva! Juani, mi vida, lo que a ti te ocurre no le ocurre a nadie”, pues el tono del libro es más bien este; una huida hacia delante tomada con un gran sentido del humor y pequeñas dosis trágicas.

Se lee de dos sentadas. Es meritorio el ritmo que le imprime el autor al libro. A pesar de ser un monólogo (y dar cierta pereza por la longitud de los párrafos), las páginas vuelan entre los dedos. La historia avanza sin darte cuenta. Entretenido por el tono tragicómico del monólogo, no te das cuenta y Tánger ha pasado a ser una ciudad europea y cristiana a un enclave árabe e islámico. Y así pasa la vida de Juanita Narboni, sin darse cuenta, con ella como espectadora de lujo, sin tomar una decisión importante, dejando que sucedan las historias y preocupada por pequeñas estupideces que ella engrandece a la categoría de vitales paranoias de una solterona víctima de su propia soledad. Este libro es una joya, en serio, leedlo, es difícil hablar de él, hay que leerlo. A mí me ha dejado un recuerdo (y una sonrisa) indeleble. Y esos son los libros que merecen la pena ser leídos y recomendados.

 

¡Nos vemos en la próxima reseña!

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