Libros sobre lectores. Libros para lectores. Libros de lectores. Alguno más he leído (por ejemplo, El síndrome del lector) y con todos tengo la sensación de estar leyendo un libro de autoayuda. Quizás sea porque me identifico con lo que reivindican estas lecturas, pero de verdad que lo siento así. Y nunca me han gustado los libros de autoayuda. Sin embargo, este libro me ha gustado (como me gustó El síndrome del lector). Así que sí, una vez más en mi vida cobra sentido la frase de Kandinsky, «contrastes y contradicciones, en eso consiste nuestra armonía«. Y os voy a contar por qué el libro de Mikita Brottman me ha causado tan grata impresión.
En primer lugar, porque empieza como a mi me gusta, fuerte: «Aunque en un principio no parezca evidente, masturbarse y leer tienen mucho en común». Es un inicio a la altura de Instrumental de James Rhodes cuando afirma que «la música clásica me la pone dura». Bueno, son comienzos vulgares pero con un trasfondo prometedor.
En segundo lugar, porque Brottman ataja muchas de las cuestiones que actualmente a mi me afligen en esto de la lectura. Algunas de estas cuestiones son más filosóficas, otras más políticas, y algunas más sencillas. Para Brottman «los libros poseen el poder de salvar vidas, convertirnos en mejores personas y más interesantes, librarnos de la pobreza, alegrarnos, conducirnos al éxito y ofrecernos un futuro próspero». Irrebatible. Más adelante, en lo que pueda parecer una contradicción (sin serlo), reconoce que «las cosas me habrían ido mucho mejor si hubiera escuchado a mi padre y hubiera pasado más tiempo en compañía de otros seres humanos. Habría sido mucho mejor dedicar todos esos años que pasé en el ático [leyendo] a aprender nuevas habilidades: cómo socializar, cómo establecer un diálogo con los demás, cómo ser una persona física, cómo vivir en el mundo«. Irrebatible de igual forma. No sé si en mi experiencia personal podría afirmar haber llegado a tal extremo, pero en parte sí me siento identificado. Y esto es debido a lo que Brottman sostiene más adelante, «mi vida interior era rica y compleja, pero todo permanecía dentro. No hablaba sobre los libros que leía porque no sabía cómo hacerlo. No existía un equilibrio, una fusión entre el mundo interior y el externo. Sabía escribir, si bien con un estilo pretencioso y recargado (…) pero oralmente era casi incapaz de expresarme. Mi vocabulario al leer era vasto, pero al hablar no utiliza más que una ínfima parte de él. (…) Como una histérica de la época victoriana, estaba paralizada por las fantasías, tullida por el odio a mi misma y la desconfianza… Un problema que nunca ha desaparecido del todo y probablemente jamás lo hará«. Sin tantos dramas, pero tal cual. Y la autoayuda llega a su punto álgido cuando la autora se compadece de nosotros, «si sois ávidos lectores de ficción, ya os habréis dado cuenta de que una de las cosas que nos enseñan las novelas es a apreciar los sutiles matices del pensamiento, la emoción y el lenguaje, por lo que no es de extrañar que vuestros conocido puedan empezar a resultaros planos y vacíos en comparación con los personajes que pueblan los libros , y que esto provoque (…) un acercamiento a los escritores como figuras de autoridad. Tal vez empecéis a llevar un libro siempre con vosotros, incluso durante las comidas, para así poder escaparos a él cuando las cosas pinten mal«.
En tercer lugar, porque atiza al postureo que hay con los libros, «el amor por la presencia física de los libros no constituye en sí mismo ninguna forma de perspicacia cultural, de la misma manera que llevar una bata blanca no proporciona conocimientos de medicina«. Y es verdad. Algunas veces la gente me dice «joe, tu casa tiene que molar, seguro que es como una biblioteca, llena de libros«. Y ni tengo tantos, ni tenerlos me hace mejor. Lo que me mola es leerlos, disfrutarlos, llorar con ellos, emocionarme, despreciarlos, abandonarlos cuando me hacen daño, y sobarlos cuando los he terminado. Y en ese momento, sólo en ese momento, incorporarlos a la librería. Por esto mismo, no soporto las cuentas de Instagram que suben libros que no han leído, del que no son capaces de decir si les ha gustado o no, de destacar una cita o de compararlos con otras obras del mismo autor o de autores diferentes. Y las hay.
En cuarto lugar, porque dignifica libros que son difíciles de leer. Como los de la generación beat «que la suciedad también pudiera ser sublime supuso una auténtica revelación para mi«. O los libros abstractos y trágicos, «Nietzsche y Schopenhauer no son exactamente lecturas divertidas, al igual que tampoco lo son muchos de los grandes novelistas rusos. Pero estos libros, y otros parecidos, nos pueden motivar a pensar en algunas de las cuestiones más importantes y profundas -el mal, la conciencia, la crueldad-, las cuales, aunque en muchos sentidos puedan resultar gratificantes, deberían conducir a la clase de iluminación que alecciona (e incluso deprime) más que a proporcionar placer. La lectura de estos libros nos ayuda a entender el papel que estas cuestiones desempeñan en la existencia humana, y esta comprensión puede, con el tiempo, conducir a alguna clase de satisfacción. (…). Lo más probable es que nos provoquen un sentimiento de desilusión, al menos en el corto plazo«.
Por último, porque llega al corazón de la manzana, extrae el elixir de la Literatura, su rasgo distintivo, su más elemental esencia, «puede retirar el velo de la ilusión durante un solo instante y nos permite vislumbrar la desdicha común y humana de la vida de los demás, y al mismo tiempo, por implicación, iluminar nuestra propia desdicha real o potencial«. Es decir, porque nos identifica como personas reales y pluripotenciales. Así, destaca Brottman una cita de Kafka en una carta privada a un amigo: «En general, creo que solo debemos leer libros que nos muerdan y nos arañen. Si el libro que estamos leyendo no nos despierta como un golpe en el cráneo, ¿para qué nos molestamos en leerlo? Los libros que nos hacen felices podríamos escribirlos nosotros mismos si no nos quedara otro remedio. Lo que necesitamos son libros que nos golpeen como una desgracia dolorosa, como la muerte de alguien a quien queríamos más que a nosotros mismos, libros que nos hagan sentirnos desterrados a los bosques lejanos, lejos de toda presencia humana, como un suicidio«. Vale, quizás no apetezca leer estos libros, pero afirma Brottman, «sí nos ayudan a entendernos más a fondo, nuestros motivos y deseos. No nos ayuda a actuar sobre ellos, pero sí a sacarlos a la luz, a exponerlos a un mundo compartido con nosotros. Sí nos ofrece una mejor comprensión de lo que significa ser humano, del sufrimiento colectivo de la conciencia«. Aun así, no creo que haya que leer únicamente libros de este tipo. Hay que ser omnívoro. Y así cuando llegas a uno de estos libros, sacarle todo el partido, exprimirlo y disfrutarlo más.
En definitiva, si eres bibliómano, bibliófilo o bibliófilo, hazte con este libro y devóralo como tú solo sabes. Vas a disfrutar de él. Pero cuidado, no sucumbas a Brottman, no tiene la verdad absoluta. Intenta resistirte. Es en esa resistencia donde reside la libertad del lector. Y eso es lo que en el fondo creo que defiende la autora, lee con criterio, lo que te recomienden y lo que te apetezca. Léelo porque te aporte algo. Eso sí, hazte el inmenso favor de leer.
¡Nos vemos en la próxima reseña!
Gracias a tu tercera y cuarta razón por la cual te gusto el libro, me he antojado de leerlo.
Me gustaLe gusta a 1 persona