
La caída de un Imperio al ritmo de Strauss
En este blog somos muy de Roth. De Philip, pero sobre todo de Joseph Roth. En este caso os traigo una de sus grandes novelas, La Marcha Radetzky, editada por Alba editorial en el año 2020, originalmente publicada en 1932 y traducida al inglés un año más tarde. Vargas Llosa la considera la mejor novela política de todos los tiempos, seguramente porque ser la que mejor relata la decadencia y caída de un imperio. El título de la novela, no se le escapa a nadie, proviene de la famosa Marcha Radetzky, compuesta en 1848 por Johann Strauss -padre, que honraba al mariscal de campo austríaco Joseph Radetzky von Radetz. Y todos la conocemos porque cierra el concierto de Año Nuevo de la Filarmónica de Viena.
La novela arranca en 1859, en la mítica batalla de Solferino, donde el teniente esloveno Trotta salva la vida al emperador Francisco José. Es ascendido, condecorado y ennoblecido, y con los años su nombre aparece en los libros de Historia del Imperio austrohúngaro. Sin embargo, el episodio se narra deformado y Trotta acude al mismísimo emperador para que restaure la verdad. Este le dice: “Son tantas las mentiras que se cuentan…” y él, con una gran decepción, solicita el retiro y prohíbe a su hijo Franz ser soldado. El hijo sigue la carrera funcionarial y llega a ser, capitán de distrito, la máxima autoridad civil de una ciudad. Pero su hijo Carl Joseph, emulando al abuelo, acaba siendo teniente de caballería y conoce la monotonía de las guarniciones, los placeres de Viena y los peligros de los puestos fronterizos: amantes, duelos, amigos perdidos, aguardiente, deudas de juego. Carl Joseph, el más joven de los Trotta, tiene reservado en la novela papel de joven ingenuo que se deja llevar por los vicios y las pasiones del momento, todo desde la atalaya de su apellido. Hay un pasaje, hacia el final del libro, donde recuerda los libritos cómicos sobre soldados que leía durante su convalecencia en el hospital y aunque “no tenía el menor gusto literario (…) siempre había sentido una vaga aversión a la melancólica ternura de aquellos libritos y sus figuras doradas”, pero Roth se compadece de él y termina el párrafo con una frase maravillosa; dice el narrador, “Aún no tenía suficiente experiencia el teniente Trotta para saber que también en la vida real hay ingenuos muchachos campesinos de corazón noble y que mucha de la verdad del mundo vivo está escrita en libros malos, solo que mal escrita”. Qué bueno es Roth.
Pero esta es tan solo su lectura más superficial. La verdadera aportación de la obra no está escrita, hay que extraerla. Y es que, a través del ejemplo de la familia Trotta, vinculada al emperador Francisco José de manera casi legendaria, Joseph Roth describe la decadencia austrohúngara y las condiciones sociales de su país, en el siglo XVIII. La familia Trotta sirve de enlace con los hitos históricos, pero no es quien da la voz de alarma sobre la caída del Imperio. Ese rol se lo reserva Roth al conde Chojnicki, un personaje interesantísimo dentro de la novela, que es capaz de leer con cierta precisión la deriva del imperio, “este imperio se va al garete. En cuanto nuestro emperador cierre los ojos, nos romperemos en cien pedazos. Los Balcanes serán más poderosos que nosotros. Todas las naciones tendrán su pequeño y sucio Estado, y hasta los judíos proclamarán un rey en Palestina. Viena apesta a sudor de demócratas, es insoportable pasear por el Ring. Los trabajadores tienen banderas rojas y ya no quieren seguir trabajando. El alcalde de Viena es un conserje meapilas. Los sacerdotes se mezclan con el pueblo (…) Les digo, caballeros, que, a menos que empecemos a disparar, se acabó. A nosotros aún nos tocará vivirlo”. Allí donde asiste, el conde va dejando muestras de su capacidad de análisis sociopolítico, “la monarquía se está desintegrando en vida (…) Esta época ya no nos quiere. Esta época solo quiere crear Estados nacionales. Ya no creemos en Dios. La nueva religión es el nacionalismo (…) La monarquía, nuestra monarquía, se basa en la piedad: en la creencia de que Dios escogió a los Habsburgo para reinar sobre estos y aquellos pueblos cristianos (…) El emperador de Austria-Hungría no puede ser abandonado por Dios. Pero Dios le ha abandonado”. La simpatía del lector por este personaje se la concede el propio Roth al otorgarle esta puntería analítica y su carácter de aglutinador de aristócratas en reuniones al más puro estilo proustiano.
La novela se convirtió en un hito de la literatura del siglo XX, por su genial escrutinio de los dos grandes pilares del Imperio —el ejército y la administración— y su crónica de una larga decadencia que, inadvertida para la vida reglamentada de sus protagonistas, conduce a la Primera Guerra Mundial. Mientras la Marcha Radetzky suena en ceremonias, tabernas y burdeles —los mismos lugares donde cuelga el retrato del emperador— y todos los símbolos del Imperio parecen tener vida propia, se extienden los nacionalismos y los movimientos revolucionarios. Una novela para aprender, para disfrutar, para entender mejor una época muy densa en lo social, en lo político, en lo cultural y en lo estratégico. Una época que dividió Europa y que pocos han sabido contar tan bien como Roth (quizás con la excepción de su amigo Stefan Zweig). Cualqier cosa de Roth es muy recomendable, sobre todo de Joseph; y, aprovechando el momento, cualquier cosa de Zweig también es digna de ser leída.
¡Nos vemos en la próxima reseña!
Completamente de acuerdo, leer a Joseph Roth es un placer, y esta novela me encantó. De Philip solo me ha gustado una; nada que ver.
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