
No se me ocurre mejor forma (literaria) de cerrar el año
Acaba el 2024 y lo quería cerrar con la que ha sido la trilogía que me ha acompañado este año, la historia de Grecia en los años cuarenta desde la mirada de Theodor Kallifatides. Tras Campesinos y señores y El arado y la espada, la trilogía se cierra con Una paz cruel, publicado originalmente en 1977 y que Galaxia Gutenberg recuperó en noviembre de este año. Los años cuarenta en Europa fueron efervescentes, entre invasiones y guerras civiles, la región se vio sumida en un caos horripilante del que aún estamos pagando las consecuencias. El protagonismo de esa época se lo lleva Centroeuropa, especialmente Alemania, pero los países del Mediterráneo también sufrimos lo nuestro. El caso de Grecia, lo cierra Kallifatides con mucho acierto.
En Una paz cruel, la guerra civil griega ha terminado, “los verdugos estaban ganando (…) ahora se llenarían las cárceles de comunistas (…) A algunas unidades partisanas que no consiguieron cruzar la frontera [con Albania] las persiguieron de montaña en montaña como si de liebres se tratara. Unas cuantas cruzaron hasta Yugoslavia, donde Tito las desarmó. Los estaba esperando un largo exilio, para el pueblo griego había comenzado una paz cruel”. Con los partisanos han sido aniquilados había llegado el momento de reeducar a los griegos en las viejas tradiciones, como fieles cristianos y verdaderos patriotas. Se reescribe la historia y se ocultan acontecimientos, como el del monte Himeto, “había subido allí una vez con el colegio, pero el maestro no contó nada sobre Skopreftiri, donde se produjeron las ejecuciones al pie del monte Himeto; tampoco contó nada sobre las duras batallas entre partisanos y fascistas en las colinas de Turkovounia. Su maestro solo les había contado que la miel del Himeto era conocida en el mundo entero y que ya en la Antigüedad era famosa (…) Claro que sí, unas cuantas historias indecentes sobre los antiguos dioses sí que sabía contar, pero sobre el curso de la historia no sabía contar nada de nada. Sin embargo, los alumnos estaban al corriente de que el tribunal popular de los partisanos se encontraba en las colinas de Turkovounia, y también sabían que los alemanes habían fusilado a miles de personas en Skopeftiri sin que nada de eso afectara a la calidad de la miel”. Todos en nuestros países sabemos de ocultamientos similares. La historia la escriben los ganadores, a los perdedores solo nos queda la memoria colectiva. La Atenas de la postguerra es el telón de fondo donde escenas crueles y tiernas, burlescas y conmovedoras se alternan para ofrecernos un fresco de una vivacidad cautivadora. La novela tiene tiempo para narrar la apertura de Grecia a través del Plan Marshall de los americanos que se camufló como una política de reconstrucción europea lo que en realidad era una política contra el avance del comunismo ruso. Esa apertura exigía la aceptación de todas las ideologías dentro del parlamento griego, lo que suponía la vuelta de los comunistas, y aquí a Kallifatides se le ve el plumero (y a mí me sacó una sonrisa), en referencia a los comunistas, “los desgraciados esos tienen siete vidas. ¡Como los gastos! En cierto modo el Jefe tenía razón. Los comunistas tenían siete vidas. Siempre regresaban. Pero siempre ha sido así. La gente que tiene ideas que merecen la pena siempre regresa”.
La familia de Minos se ha mudado a Atenas tras el incendio de Yalos con el que Minos sueña constantemente. El padre no puede ejercer como maestro por su pasado socialista y la familia vive en la penuria, castigada también por los hermanos que participaron en la lucha antifascista, “el maestro estaba escribiendo en su cuaderno azul (…) La vida había convertido a los seres queridos en una carga. La vida y el amor habían sido derrotados ¿Cuántas veces iban ya? Su alma había perdido el punto de apoyo, su alma estaba completamente desnuda y angustiada. No quedaba ni rastro de los grandes pensamientos, no quedaba ni rastro de los sueños orgullosos”. Pero la vida sigue y Minos despertará a la adolescencia dejando a Rebeca en sus sueños y centrando su interés en Helena, una joven que se deja llevar por los encantos de un melenudo y exitoso joven motorista, mientras pasa de Minos. Para mí, Minos pasa a la memoria de los grandes personajes infantiles con razonamientos adultos y mirada inocente, pero consciente de lo que pasa a su alrededor. A la altura del gran Shuggie Bain o el Zezé de Mi planta de naranja lima. Quizás menos emocional que estos dos, pero igualmente entrañable. Y aprovechando las referencias cruzadas, hacia el final de la historia hay una reflexión del narrador sobre Minos que a mí me recordó a Los armarios vacíos de Annie Ernaux, “La relación de Minos con sus padres se había deteriorado (…) Se avergonzaba de su pobreza al tiempo que quería seguir siéndoles leal”. Ernaux publicó su libro en 1974, y Kallifatides este en 1977, quizás sean reflexiones propias de una época.
El libro se abre con una historia del gitano Menelao que llega con su oso Stalin a la ciudad Gyzi la Roja y se cierra con la misma historia con la diferencia de que ahora no es el oso Stalin sino el mono JF Dulles. El viaje del comunismo al capitalismo, resumido con mucho humor. Con este cierre también concluye la trilogía. Una trilogía que, en palabras del propio Kallifatides, “es lo que siempre quise decir sobre Grecia, los griegos, mi pueblo y su gente”. Y los lectores no podemos más que estar agradecidos a Kallifatides y, los hispanohablantes, a Galaxia Gutenberg por acercarnos la historia de los años 40 en Grecia con este tino, con esta responsabilidad social, con un ejercicio de memoria histórica envidiable, sin perder el sentido del humor y la delicadeza por los detalles y regalarnos un personaje inolvidable.
¡Nos vemos en la próxima reseña!
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