Reseña de Fouché de Stefan Zweig

Una biografía brillante de un actor secundario con alma de protagonista

Han pasado más de dos años desde el último libro de Stefan Zweig reseñado en este blog. Es claramente una rareza, porque Zweig es uno de mis autores favoritos y, consecuentemente, el autor más reseñado. Aún tengo por casa algunos títulos más, pero Acantilado no me da tregua y sigue editando su obra, así que ojalá todavía me quede mucho por leer del escritor austriaco. Hoy os traigo una de sus biografías más conocidas, Fouché. Siguiendo la idea de Momentos estelares de la humanidad, Zweig se detiene ahora en el que quizás sea el personaje secundario más importante de la Historia moderna: Joseph Fouché, el homo politicus por excelencia, maquiavélico y correoso, un ser tan despreciable como imprescindible para personajes protagonistas tan relevantes como Robespierre, Napoleón o Luis XVIII. Balzac fue de los pocos que reconoció el genio de Fouché, y como Zweig admiraba tanto al autor de la Comedia humana, también sospechó que tendría algo de admirable. Tras meticuloso estudio de testimonios y memorias, su Fouché apareció en 1929.

La ambición y la intriga son las únicas pasiones de este hombre político, carente de escrúpulos y moral, que navega a través de las convulsiones sociales y políticas de la Francia revolucionaria y del imperio sin mudar el gesto. Como muy bien dice Zweig al final del libro “los gobiernos, las formas de Estado, las opiniones, los hombres cambian, todo se precipita y desaparece en ese furioso torbellino del cambio de siglo, sólo uno se queda siempre en el mismo sitio, al servicio de todos y de todas las ideas: Joseph Fouché”. Y es que desde su inicios como religioso ya dio señales de su carácter camaleónico, “ya en el primer escalón de su carrera, el más bajo, se pone de manifiesto un rasgo característico de su personalidad: su aversión a vincularse plenamente, irrevocablemente, a alguien o a algo (…) Como siempre, en cualquier situación, se deja abierta la retirada, la posibilidad de transformación y el cambio”. Y ese olfato para el poder es el que le hace virar su rumbo hacia la política [mirad qué bonito lo escribe Zweig en la primera parte de esta cita], “El viento de la política ha penetrado hasta los refectorios, y el astuto venteador Joseph Fouché hincha con él sus velas (…) El olfateador del viento ha percibido que sobre el país pende una tempestad social, que la Política domina el mundo; ¡así que a la Política!”.

Sus ascensos y descensos en el campo político tienen un hito importante que es su nombramiento como Ministro de la Policía [precursor del Ministerio del Interior] al final del Directorio (1799), cargo que mantuvo con Napoleón de manera intermitente entre 1799 y 1815. En este cargo se convierte en un político temido, su red de espionaje era tan sibilina como despiadada, “la máquina de 1792, la guillotina, inventada para abatir toda la resistencia contra el Estado, es una tosca herramienta comparada con la refinada maquinaria policial de Joseph Fouché de 1799, combinada con su superioridad intelectual (…) al cabo de muy poco tiempo el ruido de los patriotas privilegiados ha dado lugar a un silencio en el que solo se oye masticar”.

El poder llama al poder y salir de esos círculos de influencias, secretos, coacciones, ganancias millonarias, es difícil y renunciar es imposible. Esa fue la perdición de nuestro protagonista, “el punto débil de Fouché; su ambición reúne todas las astucias, menos una: saber renunciar a tiempo”. Fouché supo ser el pimentón de todas las salsas: fue el más comunista en la Revolución, el más imperialista y burgués con Napoleón y el más monárquico con Luis XVIII. Sus contradicciones quedaban arrinconadas con la vehemencia de sus intervenciones públicas de sus nuevos compromisos. No pudieron utilizar contra él ninguno de los pelos que se dejó en la gatera hasta el final de su carrera. Se arruinó varias veces y cada vez que volvía lo hacía para superar sus riquezas anteriores a sus ruinas. Fue seminarista, profesor, girondino, jacobino, comunista represivo en Lyon, conspirador contra Robespierre, preso y amnistiado, cómplice de Napoleón, espía, censor, cónsul, primero conde y después duque, rival de Talleyrand y en ocasiones amigo íntimo de Talleyrand, intrigante contra Napoleón, conspirador con Luis XVIII, ministro con todos, embajador, diplomático y exiliado. Lo fue todo y todos los quisieron y lo odiaron. Tuvo enemigos muy poderosos y amigos igual de podersos. Sus amigos y sus enemigos fueron las mismas personas en momentos distintos. Napoleón lo definió bien diciendo de él que era “un mal necesario” y Zweig cierra su biografía calificándolo como “el más extraño de los políticos”.

Como señala Moreno Claros en Babelia (traductor, entre otros, de Kafka) “todo lo que escribía Stefan Zweig (…) su Fouché está exento de retórica, y con su estilo conciso y exultante bien podría leerse de un tirón”. Realmente es así. Este libro es apasionante. Zweig te sumerge en las calles de Lyon, de Paris, entras en las galerías de las Tullerías y en los rincones del Elíseo, hueles la sangre de la guillotina, escuchas los jadeos de angustia de los políticos corruptos, los susurros de sus espías y los sables de los generales. Todo está escrito de manera brillante. Humaniza al protagonista al tiempo que dibuja brillantemente esa parte “imperecedera y negra del alma de la política”. Lean todo lo que puedan de Zweig y, si disfrutan con las biografías, la historia y la política, deténganse un tiempo con Fouché, pasará de secundario a protagonista en la Historia y en vuestra memoria literaria. ¡Nos vemos en la próxima reseña!

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