Reseña de Golpe de gracia de Dennis Lehane

Un libro peta-zetas que disfrutarás como un niño

Conocí a Lehane a través del cine, películas como Shutter Island o Mystic River fueron mi primera toma de contacto con su literatura. Y, como con toda la buena literatura, cuando la conoces ya no la cambias por el cine (salvo contadísimas excepciones en las que no me voy a detener). Aún tengo pendientes esos dos títulos, me adentré en su universo con Ese mundo desaparecido [perdonad por la reseña, antes eran someros comentarios en Instagram que trasladé al blog sin modificarlos], y hoy os traigo su última novela, Golpe de gracia, publicada a principios de año en español por Salamandra. Sé que tengo que leer Mystic River con urgencia y tengo echado el ojo a Cualquier otro día. Como Lehane se toma su tiempo para escribir, seguro que me da tiempo a leerlas antes de su próxima publicación.

Golpe de gracia se ambienta en el caluroso y seco verano de 1974 en Boston. Una noche, Jules, la hija adolescente de Mary Pat, se queda fuera hasta tarde y no vuelve a casa. Esa misma noche, un joven negro aparece muerto, arrollado por un tren en misteriosas circunstancias. Los dos sucesos parecen no tener relación, pero Mary Pat, impulsada por la desesperada búsqueda de su hija, empieza a hacer preguntas que molestan a Marty Butler, jefe de la mafia irlandesa, y a los hombres que trabajan para él. Pero la determinación de Maty Pat es firme, ya se murió su primer marido, y su hijo mayor murió tras volver de Vietnam y engancharse a una droga que introduce en el barrio la banda de Butler. Solo le queda su hija con quien mantiene un fuerte vínculo, a pesar de las distancias que marca la juventud, que desde esa noche fatídica ha dejado de notar, “es como si una parte de ella nunca hubiera salido de mi vientre (…) y, por primera vez desde que nació, no puedo sentirla”. Nada va a frenar a esta madre que lo ha perdido todo, ni la mafia, ni el racismo, ni la pobreza, ni el calor, ni la sangre, ni las amenazas, ni el qué dirán en el barrio, Mary Pat está decidida a vengar ¿la muerte? de su hija. Este vínculo que tan maravillosamente bien retrató Jane Lazarre en El nudo materno y que al final del libro, Bobby -el policía que comparte protagonismo en la novela con Mary Pat- verbaliza muy acertadamente a través de uno de los mayores miedos que padecemos los padres y madres, “haré lo que esté en mi mano, te enseñaré todo lo que sé, pero si no estoy allí cuando el mundo te lance un mordisco (y aunque esté), no hay garantías de que pueda detenerlo. Puedo quererte, puedo apoyarte, pero no puedo mantenerte a salvo. Y eso me asusta muchísimo. Cada día, cada minuto, cada vez que mi corazón late”. Tal cual.

En la novela está de fondo el ambiente ennegrecido por la sentencia del juez W. Arthur Garrity Jr., quien decidió que la forma de rebajar la segregación racial en las escuelas de Boston era poner en marcha un plan de transporte escolar entre los barrios mayoritariamente blancos y los mayoritariamente negros. Esto genera una serie de protestas violentas en los barrios que enrarece más el ambiente. Aquí Lehane brilla con luz propia, pues al racismo imperante en la época le adhiere una virtuosa pátina de desigualdad social que desdibuja las diferencias entre razas y saca a flote la pobreza de todos los implicados; Mary Pat al inicio de la novela ya da la pauta al lector en la interpretación del problema, “no veo el color de piel en este asunto: veo injusticia. Un caso más en que los putos ricos que viven en sus mansiones de las afueras (ellos sí en sus entornos donde todo el mundo es blanco) les dicen a los pobres que no tienen otra opción que vivir donde viven cómo van a ser las cosas. En ese instante siente una afinidad con los negros que le sorprende: ¿no son víctimas de lo mismo? ¿No les están diciendo a todos cómo tienen que ser las cosas? (…) nos tienen peleándonos como perros por las sobras de la mesa para que no los pillemos a ellos dándose el festín”. Era necesario llevar al racismo a sus contradicciones, ponerlo frente a una desigualdad cruda y muy real, y no a la mentira construida a través del color de piel. Y al autor todavía le quedaba una arista más por pulir y da un paso más en este conflicto: si hay algo que debería unir más que la pobreza es la pérdida de un hijo; en la novela hay una corriente de fondo que parece acercar orillas enfrentadas y que, a mi juicio, a Lehane le cuesta un poco más resolver, pero que también era necesaria hacerla visible.

Si no queréis hacerme caso a mí, haced caso a la cantidad ingente de críticos que han alabado la novela. Por ejemplo, Carlos Zanón en Babelia quien no escatima en elogios hacia el autor y la novela, “Golpe de gracia a ratos parece una tableta crujiente de chocolate, a ratos una descarada muestra de la superior solvencia y talento narrativo de su autor, muy por delante de la mayoría de escritores de ficción, póngale el género que quiera, y la edad de nacimiento que sea. Golpe de gracia es un disfrute placentero, un alimento inteligente, un pasapáginas literario que respeta a quien se ha gastado el dinero con la compra del libro”. Haced caso a Zanón y leed este novelón porque os hará pensar, os hará sufrir y os mantendrá en tensión hasta las últimas páginas. Es un texto explosivo y sabroso, como los peta-zetas, aquellas piruletas que tomábamos de niños y que te hacían chiribitas dentro de la boca al tiempo que relamías el caramelo. A mí me ha llegado el momento de leer al Lehane de los 90 y los 2000. Espero que coincidamos entre sus páginas.

¡Nos vemos en la próxima reseña!

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