
Un aparato de mani-fiesta-acción literaria sobre la identidad y la libertad
A finales de junio aterrizo en Buenos Aires para mi estancia de investigación en la Universidad Nacional de San Martín y me acoge en su casa Marcos Dosantos, al que conozco desde hace quince años cuando coincidimos en el Consejo de la Juventud de España. En su piso de la Calle Presidente Luis Sáenz Peña me cuenta sus proyectos, y entre ellos estaba escribiendo La mujer volcán editado por Plaza y Janés. No sabéis el orgullo que es para mí estar hoy escribiendo esta reseña sobre un libro que, al menos en una pequeña parte -entre relatos de Silvina Ocampo, canciones de Mercedes Sosa y meniscos inoportunos- compartí algunos de sus días de escritura. De Marcos Dosantos ya hemos reseñado Cuadernos del Subtrópico Norte y espero que pronto nos deleite con su primera novela.
La mujer volcán son las memorias de Carla Antonelli (actriz, activista y política trans) su relato incandescente de una vida plagada de lucha que recorre los caminos del abandono, el deseo, la libertad y el poder. En las páginas de este viaje hay hambre, amor, conquistas y maltrato; enemigos declarados y amistades infinitas. Las memorias están trabadas de reflexiones pertinentes y clarificadoras que enriquecen la cronología, ya de por sí interesante, porque la vida de Carla ha sido frenética. Desde los primeros paseos de “la Catedrática” por el Parque García Sanabria (donde a pesar de vivir un expresionismo de género liberador “pronto aprendí que el precio de ser así es un rapto de los dioses. Nuestra belleza travesti era una maldición porque el poder nos quería a la vez lejos de las calles y metidas en su entrepierna”) pasando por el dilema de los estrógenos (“dejar entrar los estrógenos en mí suponía transitar de un cuerpo a otro cuerpo a través de la sangre. Un cambio de estado que se precipitó a puerta cerrada. Una total simbiosis conmigo misma”) y los momentos de humor exiliado y suburbial (“qué hubiera sido de mí sin esos momentos de humor, sin esa fraternidad entre las últimas de la clase”), llegando al tridente transmediático de los noventa (“Bibi, la musa del cine. Veneno, la showgirl de la tele. Carla, la tertuliana y activista política”), el éxtasis político de la primera década de los dos mil (primera diputada trans de la Historia de España) y el colapso de los últimos años (muertes, vacíos, ausencias y silencios), hasta llegar a la vuelta a su tierra (“Rompí el maleficio. Dejé las últimas escamas de mi piel de lagarto en las Pirámides de Güímar. Ya solo era plumas”). Las memorias dejan algunas lecciones de las que deberíamos aprender entre las que yo destacaría dos. La primera tiene que ver con la importancia de los cuidados (el socialismo afectivo que nos enseñó Zerolo, quien brilla con luz propia también en estas páginas), de mimar a los tuyos y a ti mismo, y entre esos cuidados destaca el contraplano de El nudo materno de Lazarre que vive Carla con su madre. Y el segundo es que Carla, con su ejemplo político y trayectoria activista de los derechos humanos (no solo LGTBIQ+), sostiene la máxima nietzschiana de que si tienes un porqué soportarás casi cualquier cómo. Así que, queridos lectores interesados en la política de partidos, buscad un porqué antes de aceptar estar en unas listas electorales.
A estas memorias les pasa algo parecido al Open de Agassi, y es que el autor brilla con luz propia. Dosantos se sienta en la mesa de Moehringer. Y estoy convencido. Marcos era la persona idónea para escribir esta biografía: canario, madrileño de adopción, activista LGTBIQ+ y socialista que conoce bien los tejemanejes underground de la política patria (“Hay algo de gin-tonic en lo político. Ese amargor transparente. Ese poder que te emborracha sin tirarte al suelo. Cuántas leyes negociadas con los codos de los hombres apoyados en las barras de los bares de la metrópolis. Sálvese quien pueda si hablaran las rodajas de limón”). Su conocimiento literario, en especial todes les autores que han vivido y escrito sobre las desigualdades del colectivo y su cultura pop dan color, brillo y ritmo a una biografía que lo pedía a gritos. Dosantos ha madurado su literatura, ha encontrado puntos de apoyo y referencias más interesantes para el lector. Es capaz de escribir frases como, “mi corazón se estaba acostumbrando a latir con una hora de diferencia” o “pocos retos son tan incómodos para la amistad como lo es el desasosiego” y referirse al amor a través de tres mujeres inmortales: “Comprendí a Cleopatra, a Emilia Pardo Bazán y a Hannah Arendt. Incluso sin leerlas. Todas eran locas entregadas. Solo un amor así desdibujando ideologías, colapsando imperios y borrando la línea de puntos que delimita las fronteras del yo”.
Si tuviera que encontrar una posible grieta en el libro, diría que las últimas cien páginas abusan de la crónica política. Asumiendo que Carla sobre todo es activista y política, se echa en falta una mirada más personal. Me quedo con las ganas de las reflexiones de la Carla más madura, y me sobran chascarrillos políticos que seguro gustan a los más cafeteros, pero que los que nos acercamos a estas memorias buscando a Carla y no una crónica de Carlos Cué, nos podemos sentir más vacíos hacia el final del libro.
Sea como fuera, tanto Carla Antonelli como Marcos Dosantos son alicientes suficientes para leer las memorias y dejarse contagiar por la historia de una mujer que tuvo que aguantar carros familiares y carretas sociopolíticas para ser ella misma y luchar contra las desigualdades y las infamias de una sociedad facha, machista y retrógrada, de la que todavía hoy quedan reminiscencias y algunos brotes que deberíamos exterminar sin contemplaciones. Espero que las memorias de Antonelli sirvan para mantener la presión en la lucha por los derechos humanos, y especialmente por los derechos de los colectivos más vulnerables y más silenciados. Ojalá la literatura también sirviese para ello.
¡Nos vemos en la próxima reseña!
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