Reseña de Los premios de Julio Cortázar

Cortázar es uno de mis hogares literarios más confortables

Se acerca mi final porteño. Dentro de una semana estaré aterrizando en Madrid. Buenos Aires se quedará para siempre como una parte importante de mi historia personal y profesional. Y la literatura argentina, ya presente en mis estanterías antes de esta estancia, me acompañará el resto de mi vida. No quería irme sin leer uno de los libros más pertinentes para un lector que se afinque en esta ciudad: Los premios, de Julio Cortázar, editada por Alfaguara -primera novela publicada del autor, tres años anterior a Rayuela. Esta idoneidad se debe a que la novela arranca en uno de los cafés más famosos de la ciudad, el London City. En esta cafetería (ahora también restaurante) está la estatua del autor en una mesa. La foto que acompaña a esta reseña está hecha precisamente ahí. Al final de la reseña volveré a este mismo sitio.

En el London se juntan una serie de personajes que han sido agraciados con un premio de lotería. El premio consiste en un viaje en barco. No conocen el destino, ni las actividades que van a desarrollar, ni cómo se van a ubicar en los camarotes… no saben prácticamente nada, solo que les ha tocado un viaje en el crucero Malcolm. Lo que en un principio se antojaba como un viaje de placer, pronto se convertirá en una búsqueda vertiginosa de respuestas a misterios que generan cierta ansiedad en algunos de los personajes. Muchos de ellos se ilusionaban con un viaje iniciático, un viaje de ruptura con su vida anterior; pero, casi involuntariamente, hombres y mujeres se ven lanzados al misterio, al riesgo y, en ocasiones, al juego de caretas, porque esta situación descontrolada contribuye al conocimiento mutuo, un conocimiento que puede estar sesgado por el deseo (y la oportunidad) de ser alguien diferente en esta nueva vida. No todos tomarán las mismas decisiones ni se posicionarán ante las mismas disyuntivas. Unos prefieren disfrutar del viaje, otros luchan contra sí mismos, los hay que proyectan un futuro deseable, y unos pocos testosterónicos querrán resolver el misterio porque se sienten estafados en lo que debería haber sido un viaje de placer.

Embarcados en secreto y al anochecer, los pasajeros al principio no son conscientes de su situación. Tendrán que empezar a interpretar señales como que el capitán no aparece por ningún lado, el medico no acude cuando se le requiere, los marineros son extranjeros y parecen no entenderlos y el único contacto que tienen con el puente de mando es el barman. Todo esto se ve espoleado por una prohibición, la de visitar la proa del barco. La distorsión de las personalidades junto con el ambiente misterioso del barco, abocan a los personajes a tomar una serie de decisiones que, en algunas ocasiones, resultarán caras.

A pesar de toda esta trama, Cortázar toma distancia y deja algunas perlitas interesantes que harán pensar al lector. Por ejemplo, en un momento avanzado de la novela, uno de los personajes plantea que no hay nada de especial en el viaje, “este barco es una instancia cualquiera de la vida, Persio. Lo insólito se da en porcentajes bajísimos, salvo en las recreaciones literarias, que por eso son literatura (…) aquí no hay ningún héroe, ningún atormentado en gran escala, ningún caso interesante” y las situaciones que ellos consideras irracionales, tan solo son fruto de la falta de información, “lo que llamamos absurdo es nuestra ignorancia”. Y aprovecha a sus personajes más interesantes para introducir las ideas más suspicaces (reflexiones sobre el amor, las relaciones de pareja, las jerarquías, las clases sociales, el tiempo y su aprovechamiento, etc.). Leí en un ensayo de Constantino Bértolo que la autobiografía condiciona nuestra lectura. Y en este caso es muy cierto porque una de las frases que tengo subrayadas es la que dice Medrano a tenor de su enamoramiento de Claudia y del acercamiento a su hijo Jorge, “empiezo a preguntarme si amor y responsabilidad no pueden llegar a ser la misma cosa en algún momento de la vida, en algún punto muy especial del camino…”. Sí, absolutamente, sí. Un hijo es precisamente esa combinación perfecta entre responsabilidad y amor. Aunque nos puedan parecer términos contradictorios, hay un momento en la vida en la que significan prácticamente lo mismo.

Antes de Los premios, he leído Rayuela y Historia de cronopios y de famas, y ciertamente Los premios me parece la más floja. Le reconozco aciertos en el planteamiento y en el desarrollo de los personajes, pero me esperaba más de Cortázar. La historia daba mucho juego y no aprovecha el misterio para llevar a los personajes a situaciones más drásticas (aun habiendo una muerte). Y creo que hay cierto estereotipo de género y de clase en el comportamiento de los personajes que no funciona muy bien. Echo en falta algún comportamiento inesperado, algún razonamiento más complejo (más allá de las reflexiones de Persio que es un personaje excesivamente pasivo en la trama) y una gestión del tiempo más ágil. Qué atrevido soy criticando a uno de los escritores más famosos de todos los tiempos, autor brutal y admirado, un genio de las letras, uno de los autores que mayor plasticidad le imprime al lenguaje. Lo siento. Pero es que, precisamente por todo esto, me esperaba más. Sospecho que una parte de la fama de la novela se deba a la publicidad que el London hace en su interior; fotos, recortes de prensa, frases del libro, incluso la estatua de Cortázar con un café, un libro y un puro. No hay blog sobre literatura y turismo en Buenos Aires que no haga referencia a esta novela.  Aun así, os recomiendo su lectura porque está bien leer el fondo de estantería de autores como Cortázar, que subieron al olimpo con un libro y muchas veces no vemos más allá de esa propuesta. Cortázar merece siempre la pena. Cortázar es un lugar al que volver. Es como el cerdo en la dieta española, de su lectura se aprovecha todo.

¡Nos vemos en la próxima reseña!

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