Reseña de Una temporada en Tinker Creek de Annie Dillard

Observación, espiritualidad y naturaleza en un Pulitzer de ensayo que me ha dejado a medias

Aún tengo pendientes algunas lecturas del 2022 por subir al blog. Así que esta semana voy a intentar ponerme al día y la semana que viene ya empezamos con las lecturas de 2023. Hoy os traigo Una temporada en Tinker Creek, ganadora del Premio Pulitzer de Ensayo en 1975. El libro fue incluido entre los 100 Mejores Ensayos del siglo XX según la prestigiosa Modern Library, y se ha convertido en un auténtico clásico de nuestro tiempo y en uno de los libros más influyentes de la nature writing. Su autora, Annie Dillard fue una de las primeras mujeres que decidió desafiar desde la escritura y de forma rigurosa el estereotipo masculino del hombre de la frontera y de su relación con la naturaleza salvaje. Para ello, tras superar una neumonía que estuvo a punto de costarle la vida con apenas veintiséis años, se trasladó a un valle de la cordillera de los Apalaches y comenzó a escribir. Así surge Una temporada en Tinker Creek, un libro en el que Dillard recogió la extraordinaria y fructífera influencia de grandes autores como Henry David Thoreau, John Muir o Aldo Leopold, pero dándoles en cierto modo la vuelta. Tendréis que esperar al final de la reseña para saber qué me ha parecido, y quizá sea una sorpresa.

En el libro se relatan las exploraciones de su autora en la naturaleza salvaje del estado de Virginia, durante las cuales da cuenta de una capacidad de observación que resulta tan insólita como reveladora (y muchas veces tediosa y aburrida, que también hay que decirlo). Dillard puede acechar ratas almizcleras o intuir las leyes de la mecánica ondulatoria por la que vibran todas las cosas; puede observar el paso migratorio de un millón de mariposas monarcas o soñar con la última manada de caribús árticos; puede jugar al escondite inglés con las aves acuáticas o desentrañar la historia de una misteriosa piel de serpiente. Pero, sobre todo, Dillard entremezcla lo que ve con lo que piensa y lo que siente, convirtiendo este libro en una lúcida reflexión sobre la esencia última de la naturaleza, sobre la belleza y el horror que en ella se entremezclan, sobre el azar que rige en última instancia todo lo vivo y sobre el poder del presente en un mundo en constante y silenciosa mutación. Dice Martínez Llorca que estamos ante un “libro sereno y sensato, que se parece más a un rezo que a una tesis” y esta es una de las características del libro que me ha alejado de él.

Hala, ya lo he dicho, no me parece para tanto. Será que hemos leído más títulos de la misma colección que son mucho mejores, será que no tengo la cabeza para una escritura tan sesuda como la de Dillard, o será que saturé de referencias religiosas para describir la naturaleza (todo es obra de dios…qué pereza). Lo empecé a leer en enero de 2022 y lo abandoné en la página 196. Con mi empeño de no dejar libros a medias, no he querido terminar el año sin darle otra oportunidad y lo he retomado y terminado. En su momento, en la última página del libro dejé escrito “voy por la página 196 y estoy harto del libro. No me apetece leer por no sentarme con este tostón (…) es un exceso de calificativos y ejemplos continuos sobre aspectos que podrían ser interesantes pero que se vuelven insoportables”. Ahora que lo he terminado, tengo que decir que le sobran 100 páginas, pero no está tan mal como me pareció hace casi un año. Los libros son momentos, es dar con el contexto vital y la actitud personal adecuada para sentarse con ellos. Yo no cogí este libro cuando tocaba, pero seguiré leyendo títulos de la colección Libros salvajes de Errata Naturae porque suelen ser geniales.

¡Nos vemos en la próxima reseña!

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