Con todo lo que le reconozco, me ha dejado frío
Hay libros que se convierten en clásicos para una generación sin llegar a trascender las fronteras culturales de ese país. Diría que ese es el caso de Nada de Carmen Laforet en España. Una jovencísima Laforet de 23 años fue la primera ganadora del Premio Nadal en 1944, entregado en 1945 en el antiguo Café Suizo de Barcelona (Rambla, 44). Si ha perdurado hasta hoy seguramente sea por esto que destaca Ana Merino (ganadora del Premio Nadal en 2020) en el epílogo, “han pasado setenta y seis años desde que se publicó esta novela [hoy ya es un año más] y creemos que al cerrar el libro podemos escapar del aura que proyecta, pero cada vez que la leemos volvemos a ser Andrea buscando respuestas sin encontrar nada”. Si queréis un texto entusiasta y seguramente conveniente antes de leer esta novela, os recomiendo el prólogo que escribió Elvira Lindo a una reciente edición. Yo he leído la edición de Destino del año 2021, pero Lindo prologa la edición de Austral de 2022.
Nada cuenta la historia de Andrea, una joven huérfana que, recién terminada la Guerra Civil, se traslada a Barcelona para estudiar y empezar una nueva vida en un país diezmado por el hambre, la violencia y el odio. La novela, forjada por la autora entre los estudios universitarios y las escapadas con un grupo bohemio de pintores y escritores, retrata con abundante detalle la España del momento desde el tétrico piso de la calle Aribau, donde Andrea se instala a su llegada a Barcelona con su abuela y tíos mientras estudia la carrera. Una mirada existencialista que reconstruye el ambiente del país en la posguerra con calles teñidas de claroscuros. Este tinte grisáceo de la novela contrasta con la tradición literaria de entonces, Laforet propone algo distinto, una antítesis de lo rosa que seguirán otras escritoras como Ana María Matute o Carmen Martín Gaite. Nada está contada en primera persona por la protagonista, en el futuro, mientras recuerda las experiencias vividas en Barcelona (solo así podemos justificar el uso de un lenguaje que sería impropio en una joven de 18 años, pero que en la Andrea madura ya tiene más cabida); no por la Andrea recién salida de dicha ciudad, sino por una Andrea madura, que a la larga se ha dado cuenta de que realmente sí que se llevó algo de la calle de Aribau. Como señala Merino en el epílogo, “Andrea es una espectadora silenciosa del dolor y lo contempla perpleja en bocanadas densas de sufrimiento y violencia”, y Laforet nos recuerda que de estos episodios asfixiantes también podemos extraer luz, aire y bondad. La novela abunda en descripciones y metáforas, característica propia del impresionismo, y algunas están cargadas de simbolismo, como por ejemplo, esta al inicio de la novela, “el primer día que pude levantarme tuve la impresión de que al tirar la manta hacia los pues quitaba también de sobre mí aquel ambiente opresivo que me anulaba desde mi llegada a la casa”. Otro de los aciertos de Laforet fue dar voz a las mujeres, señala Merino que “en esta novela casi todas las mujeres hablan (…) tratan de verbalizar su existencia, se la cuentan unas a otras, se abren, se muestran y se escuchan. Su voz las convierte en personajes tangibles, en seres posibles en una sociedad en la que la mayoría de las veces eran personajes secundarios”. Ahora que lo pienso, seguramente Laforet también influyó en Mercè Rodoreda y su eterna Colometa.
Dicho todo esto y reconociendo el enorme valor de la novela… me ha dejado frío. Demasiado llana. Abusa del ambiente familiar (quizás para generar asfixia) y desaprovecha el ambiente universitario y el político-social de una Barcelona compleja. He intentado averiguar si la novela fue escrita originalmente en catalán, pero no he encontrado nada así que supongo que no. Es una novela que debemos leer con los ojos de la España de los primeros años del franquismo, entendiendo los callejones urbanos y psicológicos por los que los protagonistas intentan huir de una persecución orquestada por un estado fascista y represivo (perdonen la redundancia) y por un marco axiológico asfixiante y restrictivo. Desde ahí, el libro brilla con luz propia. En perspectiva y con otras novelas en la cabeza, no pasa de ser una historia dura y al mismo tiempo amable. Me faltan cosas. Me faltan voces. Aun así…léanlo. Es historia de nuestra literaria y es una novela bella desde la dureza en la que está ambientada.
¡Nos vemos en la próxima reseña!
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