Reseña de Tengo miedo torero de Pedro Lemebel 

Un libro brillante sobre amor y militancia en el Chile de Pinochet

En la imprevista semana chilena del blog os traigo un segundo título muy interesante que los lectores más viejos del lugar ya conocerán, Tengo miedo torero de Pedro Lemebel, editado por Las afueras. Los más viejos del lugar ya la conocerán porque esta obra es de 2001 y en España estuvo editada hace tiempo por Anagrama, así que seguramente algunos de vosotros la conoceréis con otra edición.

Tengo miedo torero está ambientado en el Santiago de Chile de los años ochenta, un estado policial y represivo donde la militancia progresista se ejerce desde la clandestinidad social y la militancia lgtbi desde la clandestinidad individual. Hay un párrafo al inicio del libro con el que me rendí a Lemebel porque está maravillosamente escrito, su carga visual es altísima y sitúa perfectamente al lector en el ambiente de la época: “la primavera había llegado a Santiago como todos los años, pero esta se venía con vibrantes colores chorreando los muros de grafitis violentos, consignas libertarias, movilizaciones sindicales y marchas estudiantiles dispersas a puro guanaco. A todo peñascazo los cabros de la universidad resistían el chorro mugriento de los pacos. Y una y otra vez volvían a la carga tomándose la calle con su ternura molotov inflamada de rabia. A bombazo limpio cortaban la luz y todo el mundo comprando velas, acaparando velas y más velas para encender las calles y cunetas, para regar de brasas la memoria, para trizar de chispas el olvido. Como si bajaran la cola de un cometa rozando la tierra en homenaje a tanto desaparecido”. Brillante. Qué bien escribe Lemebel. Pues bien, en este ambiente, un joven militante del Frente Patriótico Manuel Rodríguez, que va a participar en un atentado contra Pinochet, conoce a La Loca del Frente, un gay que lo apoya, sin un conocimiento explícito, en sus planes políticos. Las tensiones de la relación y las tensiones de la preparación y ejecución del atentado mantienen en vilo al lector. Los monólogos interiores de La Loca del Frente me parecen luminosos y la capacidad expresiva y reivindicativa del gay enamorado hasta las trancas, costurero de manteles para las mujeres de los generales, cantador de coplas de Sara Montiel (Tengo miedo torero es un verso de una canción suya). Esta relación tiene lugar entre todo un contexto maravillosamente bien dibujado: las protestas, los neumáticos humeando en las calles de la capital, los apagones; el repiqueteo a menudo tan angustioso del “Diario de Cooperativa”; los boleros, rancheras y baladas de la época; Pinochet lidiando en la intimidad con sus fantasmas y sus pesadillas, y con Lucía, su mujer, encaprichada con los últimos modelos de Nina Ricci; y la Loca del Frente, protagonista y testigo, personaje carnavalesco entrañable, puente entre los sueños y la desdicha.

Como recoge la contraportada “Pedro Lemebel reconstruye la realidad amarga y sórdida de la dictadura, envolviéndola en oropeles y lentejuelas, al ritmo de boleros y canciones pasadas de moda. Entrelaza militancia política y disidencia sexual, escritura y oralidad, alta cultura y cultura popular”. Personalmente hay dos momentos absolutamente sobresalientes del libro, el primero es el acierto de contar simultáneamente el atentado al dictador con la escena de la sala de cine gay. Y el segundo tiene que ver con aquello que el propio Lemebel dijo de su estilo, “la rabia es la tinta de mi escritura”; esa rabia, casi venganza, tiene su punto álgido en la reacción que Lemebel imagina de Pinochet tras el atentado, “en el asiento trasero, el Dictador temblaba como una hoja, no podía hablar, no atinaba a pronunciar palabra, estático, sin moverse, sin poder acomodarse en el asiento. Más bien no quería moverse, sentado en la tibia plasta de su mierda que lentamente corría por su pierna, dejando escapar el hedor putrefacto del miedo”. Olé.

La verdad es que lo mejor del libro es el autor. Su estilo barroco, recargado, culto, con una imaginería y una riqueza lingüística excepcionales, provocador, irreverente, sarcástico, es absorbente. Leerlo es un placer, las palabras fluyen y se van trasladando a un óleo en el que de forma plástica y visual vas viendo perfectamente lo que está pasando. Lemebel podría haber sido guionista de Almodóvar, no sé si se conocían, pero seguro que hubieran sido amigos, creo que ven el mundo desde prismas muy parecidos. Parafraseando a Sabina, Lemebel sería “el más Almodóvar de todos los escritores” y Almodóvar “el más Lemebel de todos los cineastas”. Leedlo si tenéis oportunidad, no os arrepentiréis.

¡Nos vemos en la próxima reseña!

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