La vida en la naturaleza como metáfora de la violencia actual
Las vidas en la naturaleza son otro de los temas que están presentes entre mis lecturas. Normalmente estos libros han venido de la mano de la editorial referente en este tema que es Errata naturae (que no hace un libro malo, los hay mejores o peores pero todavía no he leído uno malo). El libro de hoy, Humo de José Ovejero, lo edita Galaxia Gutenberg y no tiene nada que envidiar a la colección de Libros salvajes de Errata naturae.
Humo cuenta la historia de una mujer y un niño que viven en una cabaña en mitad de un bosque con una gata. No sabemos cómo se llaman, pero no es importante. No sabemos cómo han llegado allí, sabemos que han llegado por separado, pero se mantienen juntos en una relación aparentemente estable, “somos una asociación, una forma de vida simbiótica. Yo soy la concha del cangrejo ermitaño, dura, insensible. Alguien tiene que asumir ese papel”, sin perder su carácter individual, “todos estamos solos. No somos responsables de nadie”. El paso de los días es una constante supervivencia, una lucha por la búsqueda de alimento, por evitar el frío, por mantener alejados de la cabaña a los animales peligrosos (sobre todo sufren con las abejas) y por procurarse cierto carácter social en la convivencia. En ocasiones, la rutina se ve interrumpida por elementos externos que vienen a incordiar y desestabilizar la frágil estabilidad en la que habitan. Un hombre que mantiene una relación esporádica con la mujer a cambio de algo de comida, y algunos visitantes no deseados que, según parece, viven en circunstancias parecidas.
Con estos mimbres, José Ovejero construye una novela que pretende hacernos reflexionar sobre el sentido de nuestra existencia y sobre la pertinencia de las reglas sociales. El autor plantea una dicotomía muy interesante entre individualidad y colectividad. La individualidad facilita la supervivencia, pero conlleva egoísmo, frialdad y competición. La colectividad supone compañía, implicación emocional, ayuda, estabilidad y cierta responsabilidad social. Si el objetivo es sobrevivir, entonces ganará la individualidad; si el objetivo es encontrar un lugar donde vivir y procurarse bienestar, la colectividad es imprescindible. También tiene que ver con el carácter nómada o sedentario que le demos a nuestra vida, pues en las expediciones fuera de la cabaña para encontrar recursos, víveres o mejores escenarios donde vivir, la protagonista reconoce que ““no tenemos un objetivo claro. Nos limitamos a huir de nosotros mismos”. La supervivencia casi lleva implícita la idea de violencia, y Ovejero no se esconde, le interesa la violencia y la suministra en dosis asumibles por el lector pero con mucho acierto. En una entrevista con El Cultural, Ovejero hace hincapié en la idea de violencia que se plasma en el texto, una violencia más dañina y visceral que la violencia social que nos rodea, pero no menos mortífera, “casi todo el mundo rechaza y condena la violencia; sin embargo, estamos rodeados de violencia social (…)Lo que pasa es que mi violencia toca más a los lectores, porque les parece que hablo de algo más esencial, y eso cuesta más digerirlo. No está ni el rechazo sencillo de la violencia, ni en el consumo sencillo de violencia, sino que es algo entre medias. Me interesa mucho que la protagonista de la novela entienda la violencia que la rodea, lo que no significa que la acepte o que no se defienda de ella”, y saliéndose de la novela y llevando la reflexión a un plano sociocrítico, el autor afirma que “interpretamos demasiado el arte y demasiado poco la realidad. Nos preguntamos por qué dice un autor algo, pero no nos planteamos por qué sucede en la vida real”.
Como veis, Ovejero no descubre nada, todo esto ya está expresado en otros momentos y formatos. Su acierto es contar, a través de su prosa sensorial, una historia tan sencilla como potente, sin perder la oportunidad de proponer al lector disyuntivas sobre las que elegir entre caminos divergentes y aportando algunas ideas muy interesantes como la que discurre la protagonista al encontrarse un pueblo abandonado, “no hay nada más natural que la destrucción de lo que no lo es. Todo lo que erigimos los humanos es una anomalía en la naturaleza, que tiende a absorberlo y devorarlo”. La ausencia total de pasado y de contexto es otro de los aciertos, pues resta importancia a los porqués o a la idea de culpa. Un acierto más lo encontramos en el final abierto (en la novela no hay ni antes ni después, ni pasado ni futuro), sobre este final Ovejero, en la citada entrevista, reconoce que “me gusta el realismo de la indeterminación. Nuestras historias no se acaban, no hay un final para ellas. Todas tienen algún tipo de consecuencia o sucesión de otros acontecimientos. Por eso me gusta llevar las historias hasta un punto en el que ocurre algo trascendental, pero no cerrarlas del todo”. Y es el que el final es brillante, por la potencia visual de la escena, por las implicaciones que tiene para el debate que plante el autor y porque rasga el alma del lector en el último suspiro, en la última línea del libro.
¡Nos vemos en la próxima lectura!
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