Un monólogo cargado de sensibilidad y lirismo metafórico sobre una relación homosexual adulta
Hay veces que no conoces al autor ni la obra, que no tienes referencias sobre el libro, pero te acercas a él. Lo ojeas y hojeas en la librería y te lanzas al vacío literario. Y hay veces en las que, al tirarse a esas piscinas de papel, hay agua, hay mucha agua, hay incluso un universo oceánico literario maravilloso. Eso me ha pasado con La ilusión de los mamíferos del poeta argentino Julián López.
López nos presenta a un narrador hombre, adulto, soltero y homosexual que reflexiona sobre su relación con otro hombre, en este caso casado, con el que comparte los domingos de sus vidas. Uno vive con su familia con esposa e hijo durante la semana, el otro, el narrador, espera a que llegue el próximo domingo. Solo el tema ya me parece interesante, porque en las novelas que he leído con relaciones gais los protagonistas solían ser adolescentes, jóvenes o con inestabilidades manifiestas (adicciones, psicopatías, descompensaciones, etc.); no así con las lesbianas, la verdad. Y la reflexión sobre la relación con un hombre de otro hombre adulto, sereno y maduro, me parece sugerente. El monólogo es un lujo de una genialidad semántica y poética como hacía mucho tiempo que no leía. López genera continuamente metáforas, lirismos e imágenes sensoriales muy bien traídas (a veces abusa de ellas, pero no es la sensación general del libro). Por ejemplo, al comienzo del libro cuando se detiene en la explicación de los domingos cuando se juntaban en su apartamento con una botella de vino, los periódicos del día y pasaban el día entre conversaciones y sexo, y describe la conversación como un refugio, “los dos percibimos que esa conversación que se iniciaba nos dejaba en un lugar distinto, el sitio de los que descubren que la noche es tiempo pero también es espacio” y disfrutaban de los silencios, “de las charlas con ese [otro] amigo aprendí que el silencio puede ser sexy y no solamente el modo en que mi padre se manifestaba cuando se decepcionaba de mí”; y permitidme otro ejemplo, esa situación que se da cuando empiezas una relación con alguien, es cordial, te llevas bien, pero falta algo y ese algo os va alejando poco a poco, López lo escribe así, “los dos tratábamos de tender puentes sobre océanos distintos, puentes que pronto se deshacían amablemente”.
Como señala Verónica Boix en su reseña en La Nación, “la preocupación central de la novela es encontrar la textura de los sentimientos íntimos a partir del lenguaje” y en esta tarea es donde brilla López. El monólogo va desde el optimismo de los inicios, “dibujamos eternos próximos pasos cuando nuestro amor era un narrador omnisciente y confiado en la perspectiva común” pasando por las dudas de la relación ya estabilizada, “parte de nuestro desconcierto era haber creído que una de las cosas que nos mantenía unidos era permanecer juntos”, hasta la consciencia del error consentido y perpetuado, “estar con vos también es la ciudad agnóstica que construí por devoción en medio de un desierto”. No me digáis que no está bellísimamente escrito…Sin embargo, el protagonista no reniega del amor ni de la relación, lo que quiere es explicarse y casi quiere que le entiendan, que compartan la dificultad de la relación que libremente ha elegido “qué pareja de hombres que se ven sólo los domingos no se hace con el viento del desierto soplando arena sobre los ojos”. Como dice Patricia Kolesnicov en Clarín, “se entiende, la adversidad se entiende. Pero acá estamos los mamíferos, con ilusiones”.
Durante todo este viaje emocional y sensorial, López dedica tiempo a dos aspectos que me gustaría destacar. Por una parte, a cómo afronta la situación el protagonista, como por ejemplo en la gestión de los engaños, “había decidido que de tus decisiones, de tus titubeos, de las mentiras a las que te sentías obligado con ellos y conmigo yo me ubicaba definitivamente por fuera y, aunque sea costumbre mía, esa decisión mía, esa especie de manía de solterón generara un destino a medida, sabía que no quería detener la experiencia de estar juntos, pero que tampoco podía alentarla con tretas que te aliviaran el peso de estar conmigo”. Por otra parte, a relatar, sin salirse del monólogo, algunas situaciones que fueron especialmente difíciles para el protagonista, como por ejemplo la vez que su amante llegó al apartamento con el hijo, ese día en el que todo se empezó a estropear, ese día fue para nuestro protagonista “el solsticio de verano, el día más largo del año que marca el comienzo de la lejanía por venir, el comienzo del invierno” o el día que va a comer a casa de su amante donde vive con su mujer y su hijo, y establece una primera conversación con su adversaria, “levanté los ojos llenos de angustia, quería pedirle perdón, quería salir corriendo, dejar todo así como estaba y no verlo nunca más. De pronto mis domingos del amor sibarita me parecieron la historia de la frivolidad y del dolor, del egoísmo y de la indecencia”.
En definitiva, este monólogo maravilloso retrata a un hombre “arruinado por el amor romántico” como el mismo se define, un hombre que necesita contar cómo se siente para poder salir del agujero emocional en el que se encuentra y “mirar al mundo después del meteorito”. La ilusión de los mamíferos es de lo mejor que he leído últimamente. Me encantaría escribir así, pero creo que para eso hay que tener una sensibilidad y una capacidad narrativa especialmente desarrollada, y ser poeta, y no cumplo ninguna de las condiciones. Me encanta cómo cuenta las cosas, cómo hace visible el mundo sensible, cómo maneja virtuosamente el lenguaje. No sé si he sido capaz de transmitiros lo que me ha sugerido este libro, creo que deberíais ir ahora mismo a vuestra librería de confianza y comprarlo, aunque no conozcáis al autor, aunque no os fieis de mi criterio, tenéis que leerlo. Creo que será un libro que recordaréis durante mucho tiempo.
¡Nos vemos en la próxima reseña!
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