Una estupenda biografía literaria sobre una figura desconocida
Todavía estoy decidiendo si este año voy a reseñar todos los libros que lea o solo algunos de ellos, quizás los más destacables. De momento, sigo con la dinámica de años anteriores, así que os traigo mi segundo libro de este año, Vida de Guastavino y Guastavino, escrito por Andrés Barba. De Andrés Barba he leído su Premio Herralde de 2017, República luminosa y traducción de Y eso fue lo que pasó de Natalia Ginzburg para Acantilado. El libro de hoy es muy distinto a lo anterior y seguro que a vosotros y vosotras tampoco os dejará indiferentes.
En esta increíble y muy particular biografía, Andrés Barba recorre la vida de Rafael Guastavino, padre e hijo, arquitectos valencianos que tras huir de España por estafa se afincaron en EEUU donde vivirán el sueño americano; Barba los presenta así: “serán encumbrados como los grandes constructores de Nueva York y luego olvidados y finamente recuperados como el germen de la arquitectura modernista en Norteamérica, sabemos que serán ninguneados como los caraduras que patentaron un sistema de construcción medieval para que nadie pudiera emplearlo sin su consentimiento (…), los que vendieron una arquitectura ignífuga a un país horrorizado por el fuego, los visionarios que hicieron migrar de continente a todo un sistema de construcción y le otorgaron una dignidad que nunca habría tenido, los genios, los albañiles, los timadores, los hacedores de vinos, los nepotistas, los constructores compulsivos, circunstancias demasiado contradictorias como para ser ciertas o tal vez precisamente lo bastante contradictorias para serlo”. No es un mal comienzo. La historia promete y descubrirás una vida apasionante la de estos arquitectos españoles, para mi totalmente desconocidos, que tendrán tantos aciertos como errores; Andrés Barba, en una entrevista con Europa Press expone lo siguiente, “los Guastavino fueron emprendedores siempre al borde de la quiebra, que patentan un sistema de construcción medieval y crean una de las empresas constructoras más importantes de Estados Unidos entre finales del XIX y principios de XX en Nueva York. Pero junto a toda esa dosis de genialidad y audacia hay también estafas de valores, mucha improvisación y una incapacidad para gestionar el dinero bastante tremenda”.
Lo primero que sorprende de Guastavino es su adicción al trabajo, ahora dirían de él que es un workaholic de libro, porque Guastavino, señala Barba, “comprende que vivir es la cuestión fundamental, que es necesario hacer, hacer, hacer, que la carrera no la gana el talento sino los que aun poseen recursos cuando los demás los han perdido”. Ese aguantar cabezonamente combinado con la necesidad permanente de reinventarse serán los ingredientes que le llevarán al éxito, que siempre llega de la manera más inesperada, “McKim o Guastavino, no sabemos quién, comenta lo bonitos que son los patrones de los azulejos y la pena que supone tener que cubrirlos (…) y Guastavino se saca un comodín de la manga. Siente que le electriza la espina dorsal su propia ocurrencia y, como la audacia ya ha favorecido al audaz, esta vez dispara a bocajarro: déjelos expuestos. (…) De ahora en adelante Guastavino y Guastavino repetirán esos patrones en cientos de bóvedas de bancos, iglesias, gimnasios, auditorios, piscinas, bibliotecas, estaciones de tren, casas privadas, bajos de puentes. Se convertirán primero en la marca de la Guastavino Fireproof Construction Company y luego en la textura de la arquitectura modernista norteamericana (…) los que conviertan a Nueva York en Nueva York”. Ahí es nada. Y tú sin saberlo. Ahora vas a Google, buscas “Guastavino arquitectura” y alucinas con sus obras, algunas de las cuales habrás visitado seguro si has estado en Nueva York.
Barba propone una biografía cargada de dudas y de interpretaciones propias. No engaña a nadie, lo advierte en la nota inicial aludiendo al siempre acertado Borges, cuando sostiene que “el biógrafo es siempre un exégeta por su obligación de interpretar lo que admite muchos significados posibles, pero también –y sobre todo– por darle a la vida una forma y un sentido que casi nunca tuvieron”. Es precisamente este uno de los mayores aciertos del libro, su tono desenfadado y abierto al posible error. Lejos de ser una inconsistencia de la obra es una de sus virtudes. El propio Barba lo explica de la siguiente forma en una entrevista con El País a propósito de la figura de Guastavino: “Hay muy poca tradición en España de ese tipo de biografía literaria, como cultivaba Borges, es género más francés o anglosajón, donde ponen en cuestión precisamente la posibilidad misma de hacer una biografía del propio biógrafo y se ríen de la pretensión de poder contar la vida de nadie. Me interesaba que todo fuera una sopa donde se cocinan en el mismo caldo las suposiciones y los hechos”. De esta forma, la biografía se convierte en un texto sencillo, ágil y de fácil y entretenida lectura, a mí me duró unas pocas horas de la tarde.
Además, Barba nutre el texto con referencias humorísticas y divertidas, como cuando ilustra las locuras atrevidas del protagonista, “Dispuesto a demostrar a todo el mundo que sus construcciones son realmente ignífugas, construye una bóveda en la calle 68, avisa a la prensa y a los agentes de seguridad de la municipalidad y el 2 de abril de 1897 hace la mayor valencianada de la que se tiene constancia en las calles de Manhattan: le prende fuego y la hace arder durante cinco horas. Por si no había quedado claro, cuando se apaga, pone encima cincuenta toneladas para probar su resistencia. Le habría faltado subirse a lo alto y darse golpes de pecho. Hacer una paella con las brasas”.
En definitiva, no os podéis perder esta biografía literaria por dos razones. La primera, porque Guastavino es una figura tan interesante como desconocida para el lector no especializado en arquitectura. La segunda y más importante, porque Barba acierta de lleno al proponer una realidad complementaria cargada de sentido y sensibilidad con exquisita maestría, frescura y atino. Seguidle la pista al autor y no dejéis de leer todo lo que escriba. Merece la pena.
¡Nos vemos en la próxima reseña!
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