Reseña de La edad del desconsuelo de Jane Smiley

Una novela imprescindible sobre el matrimonio no apta para recién casados

Es absurdo negarse a leer novelas de amor o desamor. Es un tema universal. Se mantiene de actualidad a lo largo y ancho del mundo y de la Historia. No sirve de nada intentar marcar una línea roja alrededor del amor o, como propone Joy en Inside Out, meter al amor en un círculo de tiza del que no pueda salir. Somos amor y desamor. Así que, sigo leyendo novelas de amor. En este caso no es un amor adolescente, ni romántico, es un amor labrado en la rutina y esculpido en la piedra de los corazones de los matrimonios. Jane Smiley nos regala un novelón con La edad del desconsuelo.

La novela recrea la vida de un matrimonio con tres hijas pequeñas. Se conocieron en la Facultad de Odontología y ahora comparten clínica y casa. Su vida gira en torno a sus hijas. Solo en torno a ellas. Contada en primera persona por el padre, tiene una profundidad psicológica muy interesante para el lector. Envuelve la historia con su visión y su versión del mundo. Pero de una manera muy franca y realista, «Me he dado cuenta de que el vínculo matrimonial vuelve todos los actos comunicativos más descafeinados, los lleva a un irónico término medio en el que marido y mujer se encuentran más cómodos, con buen humor, haciendo que todo sea más prosaico«. Y en esa rutina insulsa, en un anodino viaje en coche, su mujer, Dana, mientras está ensimismada en sus pensamientos mirando por la ventana, sin darse cuenta dice en voz alta… «nunca más volveré a ser feliz«. Y aquí arranca un vertiginoso viaje por la mente de nuestro protagonista. Decide no dar señales de haber escuchado lo que ha escuchado y en su cabeza empieza a florecer un sinfín de razonamientos destructivos sobre su matrimonio y su vida. Empieza a pensar que Dana tiene un amante. A partir de ese momento todo lo que ocurre tiene de fondo la presencia de ese «Otro». Agotador para él, pero tiene que mantener el tipo y seguir al pie del cañón cuidando de sus hijas (y conviviendo con Dana), «Me pregunté si él viviría por aquí cerca, pero luego me obligué a dejar de pensar en él antes de empezar siquiera. Leah [su hija pequeña] estaba a mi lado, me agaché y la mecí en mis brazos y enterré mi fatal curiosidad en su tierno olor de bebé«. Intenta seguir adelante, pero no puede, «el trasfondo de todos mis pensamientos, que no era otro que saber cómo estaba Dana en cada momento. ¿Y ahora? ¿Y ahora? Como si fuera una enferma terminal«.

La novela recrea perfectamente esa actitud renegada hacia la vida, tirar hacia adelante porque no hay alternativa, avanzar sin ganas ni remedio, aceptar una condición sin intentar cambiarla, sin lucha, sin fuerza, sin luz… Smiley lo llama «desconsuelo» y lo explica a través del padre, «Tengo treinta y cinco años y creo que he alcanzado la edad del desconsuelo (…). Es por lo que sabemos, ahora que -a nuestro pesar- hemos dejado de pensar en ello. No es solo que sepamos que el amor se acaba, que nos roban a los hijos, que nuestros padres mueren sintiendo que sus vidas no han valido la pena. No es solo eso (…) Es más bien que las barreras entre nuestras propias circunstancias y las del resto del mundo se han derrumbado a pesar de todo, a pesar de toda la educación recibida«.

Escrita «del tirón», sin capítulos, sin descansos, va alternando situaciones y escenas con cierto ritmo con las vacilaciones del protagonista. La vida de este matrimonio ha dejado de tener sentido en sí misma, ya no se cuidan el uno al otro, solo tienen tiempo y fuerza para cuidar de sus tres hijas (y trabajar). Y alguien podrá decir «eso es porque tienen tres», pero tengo la sensación de que dos o uno pueden absorber lo mismo porque el tiempo es limitado y las necesidades de un hijo son infinitas.  Se han descuidado para cuidar. Sus hijas les sobrevivirán y serán la demostración de un amor que existió pero que murió. Un amor que se dejó por el camino el cuidado y el mimo hacia la otra persona. Un amor que desapareció cuando nacieron la mejores muestras de sí mismo. ¿Es una contradicción? Creo que más bien es una paradoja. Y Smiley lo trata con maestría. Y esa renuncia por un bien mayor, abandonar un amor por otro, abandonar el amor de tu pareja por el amor de tus hijos, es una decisión que solo puede llevar al desconsuelo. A la costumbre. A lo anodino. Al tedio. A la muerte. Sabina decía, «será mejor que aprendas a vivir / sobre la línea divisoria /que va del tendio a la pasión«. Y es ahí, sobre esa línea divisoria, donde anidan los matrimonios. Y donde Smiley escribe con maestría una novela imprescindible.

¡Nos vemos en la próxima reseña!

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