Un libro sobre los orígenes del nazismo escrito con acierto y sensibilidad.
El nazismo y todo su campo semántico son un tema recurrente en el arte. Quizás donde mayores logros han alcanzado sean en la literatura y en el cine. En el cine todos recordaremos películas como La lista de Schindler, El pianista, Los juicios de Nuremberg, El gran dictador, La vida es bella, y tantas otras, pero en este caso la película que más se parece a la novela que ahora reseño es La cinta blanca, de Michael Haneke. Todo lo que hace Haneke es oro. Todo. Sin excepciones. Incluido su montaje de Don Giovanni de Mozart. Pues Juventud sin Dios, el libro de Ödön von Horvárth, tiene el mismo aroma que la cinta de Handke. No habla de nazismo, sino de sus orígenes. De cómo fue calando el discurso del mal y la semilla que plantó en los jóvenes. La novela se escribió en 1937 e inmediatamente es prohibida en Alemania (con Hitler en su máximo esplendor). La editó la editorial holandesa Allert de Lange, en la que encuentran cobijo un sinfín de autores exiliados del nacionalsocialismo.
Horvárth presenta una sociedad en la que los ingredientes principales son la Alemania nazi y la Austria prefascista. A través de la voz de un maestro, se presenta la trama en la que se ven envueltos sus estudiantes cuando en una salida de campamento aparece muerto uno de sus compañeros. La grandeza del texto estriba en un diálogo con el protagonista que permite llegar más lejos y de forma mucho más afectiva al lector. Por ejemplo, la escena en la que para celebrar el día del cumpleaños del «plebeyo supremo» (Hitler), Goebbels invita a todos los ciudadanos a poner banderas en sus ventanas: «tiene que llenar su hogar de banderas, aunque ya no tenga un hogar. Cuando ya no se tolera el carácter, sino tan solo la obediencia, la verdad se va y llega la mentira. La mentira, la madre de todos los pecados. ¡Banderas fuera! ¡Antes comer que perecer!… Estaba pensando en eso cuando de repente se me vino a la cabeza: ‘¿Qué estás pensando? ¿Acaso has olvidado que te han suspendido de la docencia? (…) Venga, cuelga tu bandera, rinde tributo al plebeyo supremo, arrástrate por el polvo y por la basura y miente todo lo que puedas…, ¡todo seguirá igual! ¡Has perdido tu sustento!’«.
En la novela destaca el reflejo de la influencia ideológica que el régimen ejerce despiadadamente en los jóvenes a través de la educación. Se describe perfectamente la forma en la que la juventud es educada para el racismo y la guerra. Pero no solo educa el maestro, también educa el estado a través de la radio. Horvárth muestra la agresividad de la ideología fascista, así como la función integradora que esta cumple de puertas para adentro. Tal y como señala Isabel Hernández, (traductora del texto) en el epílogo, «la propaganda del régimen no admite contradicciones y puede destruir, en aras del buen funcionamiento social, cualquier resistencia de carácter moral o intelectual«. Sea como fuere, el libro permite hacerse una idea de la deshumanización a la que estaban sometidos, especialmente los jóvenes («Sí, la desgracia de la juventud de hoy es ue ya no tiene una pubertad en condiciones…, erótica, política, moral, etc., ¡todo se ha mezclado, se ha revuelto, todo en un mismo cazo! Y, además, demasiadas derrotas se han celebrado como victorias«), pero también los adultos, pues el maestro está expuesto a la ideología fascista de tal forma que intenta ocultar su papel en todo el suceso por miedo a las represalias. La culpabilidad es otro de los elementos más destacados en la obra. Todos los personajes se sienten culpables de una u otra forma, algo que sirve a Horvárth para mostrar una juventud fría, sin emociones, sin sentimientos, una juventud cuyo ideal es la burla y que, en su indolencia moral, ha dejado ya de creer en Dios.
Junto con la habilidad para narrar el nacimiento de una sociedad fascista, Horvárth brilla en su estilo. Con un lenguaje sencillo, descaradamente dramático, desgarrador, deja al descubierto el lado más íntimo de todos los que participan en la acción. Como es evidente, el protagonista es quien más queda al descubierto, y no deja de resultar llamativo ver cómo él mismo acaba situándose, tras muchas dudas y vacilaciones, en las filas de los que persiguen al criminal. Todo parece perdido y el final es tan solo la mejor peor opción de las posibles, como lo fue para muchos de los ciudadanos alemanas, austriacos, polacos, etc., que se vieron sorprendidos y rodeados de una ideología que empapaba el estado y las calles sin dejar nada fuera de su control.
Una delicia para el lector, un texto selecto, profundo y cercano, bien construido y con mucho trasfondo político y moral, que no te dejará indiferente. La cinta blanca de Haneke deja huella en el espectador, y Juventud sin Dios deja marca en el lector (quizás Handke leyó a Horváth para su película). Un libro para aprender, para no olvidar, para estar preparados cuando veamos comportamientos sociales parecidos. Leer para educarse. Leer para vivir otras vidas que no queremos ver materializadas. En definitiva, leer para disfrutar. Esta es una lectura para disfrutar.
¡Nos vemos en la próxima reseña!
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