«Estas separaciones o abandonos pueden dejar heridas profundas. Pero detestar a alguien es agotador; odiar es ahogarse uno mismo interminablemente. (…) No dejas de querer a alguien sólo porque lo detestes».
Siempre he huido de las definiciones de madurez, pero este libro ha resultado ser un escollo insalvable. A través de una historia muy bien tejida sobre el abandono del hogar, la familia y los hijos, Kureishi repasa las dificultades de vivir en pareja, las negociaciones, las claudicaciones, las mezquindades, las estupideces…
Leyendo este libro a ratos me he visto a mi mismo, y en Susan he visto a la persona que más he querido en mi vida pero que nunca supe hacer que fuera suficiente. Yo era un gilipollas y el protagonista de este libro también.
El amor se acaba -de esto cada vez estoy más seguro- tarde o temprano todos sucumbimos a la inexorable realidad de que la pareja es un constructo temporal, un reducto de felicidad y plenitud finito. Lo difícil es lo que pretende hacer Jay, irse sin un desencadenante claro, sin una bomba atómica que facilite las cosas. Se va porque no quiere vivir en una cotidiana infelicidad, una vida sin pasión ni placer, a pesar (y esto es lo que más le duele) de que le resulta insoportable separarse de sus hijos.
Ya lo decía Sabina, «el agua apaga el fuego y al ardor los años, amor se llama el juego en el que par de ciegos juegan a hacerse daño. Y cada vez peor y cada vez más rotos, y cada vez más tú y cada vez más yo, sin rastro de nosotros…».
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