¡Toma pepino! ¡Novelón post-apocalíptico!

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Premio Pulitzer del 2007. Una novela que se zambulle en constantes dilemas filosóficos clásicos entre los que destaca el planteamiento de si es el hombre bueno por naturaleza, como afirmaba Rousseau, o es un lobo para el hombre como dijo Hobbes.

El estilo de McCarthy (autor de «No es país para viejos» que seguro leeré) es sobrio, directo, parco en descripciones y oraciones subordinadas, y con una prosodia muy rápida, caracterizada por la ausencia de comas en beneficio de la conjunción «y», que emplea para obtener ese tono «procedimental» que enumera todas las acciones de los personajes, dando sensación de movimiento, de acción. Los adjetivos son sencillos, utilitarios, y todo esto se traduce en una lectura muy veloz.

Para reforzar la crudeza, la frigidez y la impersonalidad de la situación, para eliminar cualquier resto del mundo anterior, ya desaparecido, McCarthy no identifica a sus personajes. Los protagonistas son «el hombre» y «el chico», y así serán también los escasos personajes secundarios (el viejo o el ladrón, por ejemplo). De este modo, los supervivientes pierden toda su condición humana hasta el último elemento que la caracteriza y que los individualiza: su nombre.

Cormac McCarthy prioriza el contenido sobre las formas, de manera que estas sean un vehículo para la idea que quiere transmitir. Es un estilo que termina complaciendo así que te aclimatas a él, en concreto a sus descripciones prescindiendo de los verbos, que resultan hasta cómodas.

Mola mucho. Leedlo. Y mira que no soy yo de historias post-apocalípticas.

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