
He vuelto a Nabokov después de mucho tiempo y sigue siendo un lugar confortable donde guarnecerse del mal tiempo (literario). En este caso el refugio se titula Pnin, y en España está editado por Anagrama. Los que han estudiado al ruso dicen que esta novela es la más divertida de todas. Seleccioné el libro como posible novela de campus y de nuevo es tangencial al género, lo toca sin atraversarlo.
La novela cuenta la historia de Timofey Pnin, un profesor ruso que enseña su lengua en el Departamento de Germánicas del Waindell College. Pnin es una persona despistada, bonachona y nada competitiva (una rara avis en el ecosistema académico) que emigra de Rusia a Estados Unidos para ganarse la vida dando clase a unos pocos alumnos desganados que acuden a sus clases con más interés en mofarse del profesor que en aprender, “le adoraban, pero no debido a que tuviera ningún talento especial para el desempeño de sus funciones, sino por aquellas inolvidables digresiones tan suyas, esos momentos en los que se quitaba las gafas para mirar sonriente al pasado mientras les hacía masaje a los lentes del presente”. Pero los verdaderos enemigos del inefable e infeliz Pnin son los extraños artilugios de la modernidad: coches, electrodomésticos y demás máquinas que, al menos a él, no le facilitan precisamente la vida. Y también los mezquinos intereses y la mediocridad de sus colegas, una pandilla de ambiciosos profesorzuelos que ponen a prueba su infinita paciencia. El pasaje de la asignación de despacho es muy relevador; resulta que Pnin compartía despacho con un joven profesor de Alemán, “y luego, le dieron, para su uso exclusivo, la Oficina R, que antiguamente había sido utilizada como leñera pero que ahora había sido totalmente renovada. Durante la primavera Pnin la había pniniazado de la forma más encantadora (…) Tenía además otros planes, más ambiciosos incluso, como el de ponerse una butaca y una lámpara de pie. Cuando, tras el verano que se pasó dando clases en Washington, Pnin regresó a su despacho, un obeso perro dormía tendido en su alfombra, y sus muebles habían sido arrinconados en una zona más sombría de la oficina, para dejarle sitio a un magnífico escritorio de acero inoxidable y una silla giratoria a juego, en donde estaba sentado, escribiendo y sonriendo para sí, el recién importado erudito austríaco, doctor Bodo von Falternfels”. Pnin acepta cortésmente lo que le dan y el resto le ningunea continuamente sin lograr su enfado.
Narrado en tercera persona por el personaje que hace de médico y amigo personal de Pnin, la novela es deliciosa por su caracterización del entrañable protagonista y por el tratamiento de dos aspectos que de fondo definen la novela: el retrato de una pequeña y frívola burguesía y las pericias de un emigrante ruso en Estados Unidos. Quizá Nabokov situó en Pnin su propia historia y el uso del humor sea una estrategia para desdramatizar una situación que seguramente fuese difícil y, en algunos momentos, incluso dolorosa.
Como ya dije al inicio, no se trata de una novela de campus. El citado pasaje del despacho o la riñas entre profesores del departamento por ascensos, mejores clases o pasadas y futuras investigaciones, y alguna frase metida con mucha sorna y mala leche como aquella con la que describe al director del departamento de Lengua y Literatura Francesas, “dos interesantes características le distinguían; sentía antipatía por la literatura, y no sabía francés”, son los únicos elementos que existen en el libro que invitan a ubicarlo entre ellas, pero no tienen la presencia suficiente, pues el libro está centrado en Pnin y en su adaptación a la vida americana y no tiene sentido situar esta novela en el subgénero de campus. Aun así, os animo a leerla porque es una novela aparentemente sencilla, divertida y muy bien escrita. Y, además, a Nabokov siempre hay que volver.
¡Nos vemos en la próxima reseña!
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