Reseña de Poeta chileno de Alejandro Zambra

No se me ocurre mejor manera de cerrar el año

Cierro el año con una reseña sobre un autor y una obra chilena. No se me ocurre mejor manera de cerrar un curso y abrir otro a la esperanza de un futuro mejor que hablando de Chile (suerte Boric). Os traigo Poeta chileno de Alejandro Zambra. En este blog ya hemos reseñado un libro de Zambra, Facsímil, y ahora haremos lo propio con la que es su obra más extensa hasta el momento. La unanimidad de la crítica sobre la calidad del libro me libera de cierta presión, porque me jodería no estar a la altura con mi reseña. Es un librazo. A partir de aquí, a disfrutar.

Poeta chileno cuenta la historia de los santiaguinos Gonzalo y Vicente. Padrastro e hijastro que han compartido algunos años de sus vidas y que (reconociendo la buena influencia que un padre puede ejercer sobre su hijo) aspiran a ser poetas, pero no cualquier clase de poetas, sino poetas chilenos. El fracaso del amor, la impostura literaria (llegando al plagio más cutre y obsceno para intentar sorprender a una novia), la escasez material enfrentada a la efervescencia cultural e intelectual (“no sé si hay algún país en el mundo donde los poetas ganen dinero. ¿Dinamarca? ¿Hay poetas en Dinamarca? Si los daneses son tan felices, no creo, para qué necesitan poetas si son tan felices”), el cobijo de la lectura y la escritura ante un mundo que se derrumba (“a las diez de la noche se encerraba en el cuartito a leer libros malos, porque los buenos no hacían más que recordarle la complejidad de la vida, mientras que los malos lo tranquilizaban, lo esperanzaban, lo aletargaban”), son los pequeños temas que aborda el libro y que conviven maravillosamente bien en este libro de Zambra con un trasatlántico del calibre del tema central. El poderoso universo de la poesía chilena (gobernado por poetas de la talla de Neruda, Nicanor Parra, Gabriela Mistral o Raúl Zurita) se muestra sobre el tapete a través de un recurso que le funciona a Zambra a las mil maravillas: la visita de Pru, una periodista neoyorquina que viene a Chile a escribir un artículo no sabe muy bien sobre qué, aunque realmente lo que quería era viajar a Chile con su nueva novia, pero esta le deja tirada en el aeropuerto. Pru es un personaje fundamental en la construcción de la novela. Le sirve a Zambra de puente entre la historia personal y la literaria. Ofrece la posibilidad de huir de un libro para entendidos, pues contar la historia de la poesía chilena a través de un personaje que no conoce la realidad chilena, simplifica la trama a los lectores que no estén familiarizados con ella, y de paso dotará de cierta necesaria perspectiva sobre los poetas chilenos que, “como personajes de Bolaño” son más ridículos que sublimes.

Hay algunos pasajes y algunas ideas que me gustaría destacar. En primer lugar, una conversación entre Pru y un personaje secundario a la salida de la fiesta con poetas chilenos conversan sobre el mundo de los poetas; empieza Pru sosteniendo que “es un mundo divertido, pero cansador. Son todos muy intensos” y Rita le ofrece una brillante respuesta, “pero es un mundo mejor. Un poco. Es un mundo más genuino. Menos fome. Menos triste. O sea, Chile es clasista, machista, rígido. Pero el mundo de los poetas es un poco menos clasista. Solo un poco. Por último, creen en el talento, tal vez creen demasiado en el talento. En la comunidad. No sé, son más libres, menos cuicos. Se mezclan más” y sobre los poetas dirán que “son más torpes y genuinos. Trabajan con las palabras, pero no siquiera saben hablar (…) cuando los sacas de la poesía se vuelven tartamudos. Por eso escriben poemas, porque no saben hablar”. En segundo lugar, no menos brillante es el divertidísimo pasaje entre un anciano Nicanor Parra (poeta artesano) y el profesor Rocotto (académico crítico literario) donde, como siempre, gana Parra. En tercer lugar, hacia el final del libro hay un inicio de capítulo brillante, cuatro páginas sublimes con Gonzalo hojeando libros en una librería chilena. Por último, el libro contiene algunas frases que me quedaré para mí como aquella en la que están hablando Gonzalo y Vicente y escribe Zambra, “hay silencios pero no llegan a ser incómodos, tal vez porque los libros siguen sobre la mesa”.

Además, con este libro he visitado algunos lugares comunes con Zambra (lamentablemente menos de los que me hubiese gustado), pero el más destacado ha sido la sensación de haber desaprovechado a un padre excepcional, “pensó que Gonzalo sabía mucho, que quizás siempre había sabido mucho, que habrían podido hablar largas horas sobre poesía o sobre el mundo, y hasta sintió que había desperdiciado esos años en que vivían juntos”. Esa sensación de haber desperdiciado el tiempo al lado de alguien que realmente merecía la pena a mí me ha acompañado en algunos momentos de mi vida; quizás el más relevante ha sido tras la muerte de mi padre. Sin embargo, Zambra tiene un súper poder y lo utiliza al final del libro regalándonos un final “feliz”, abierto, resistiéndose a la realidad. Y es que, la ficción puede parar el tiempo y Zambra lo detiene donde aun hay esperanza y la vida, incluso la de dos poetas chilenos, puede acabar bien. Zambra le otorga a Vicente el mayor regalo de su vida, detiene el tiempo en una conversación sobre literatura con “su padre”. Ojalá yo hubiera podido detener el tiempo en una conversación sobre literatura con el mío porque, al fin y al cabo, hablar de literatura (sobre todo cuando es de ficción) es hablar de la vida.

¡Nos vemos en el 2022 con la próxima reseña

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