Shit, esto es una puta maravilla
Las novedades editoriales normalmente aportan cierta frescura a las estanterías y a los lectores, son aves de paso, sobrevuelan las librerías y terminan posándose en un rincón de una biblioteca sin llamar especialmente la atención. Pocas novelas dejan surcos en la tierra, remueven a los lectores o incluso dinamitan el panorama narrativo. Todo esto lo consigue Andrea Abreu con su Panza de burro. Os adelanto que es lo mejor (clásicos mediante) que he leído este año. Shit, esto es una joya, cómetela. No sigáis leyendo esta reseña, vete a por el libro. Saltarás por los aires tú y toda tu formalidad estilística y lingüística. A mí me pasó. Al principio me enfadé, luego entré en el libro y terminé pensando “¿qué puta maravilla acabo de leer?”. Y es que te volverá loco la destreza de Abreu para incorporar la oralidad de una niña pequeña, bruta y sensible conjugándolo con un acertadísimo tono de humor mientras recoge todo un universo de tradiciones y situaciones particulares del entorno rural tinerfeño.
Y es que, como explica Berta Gómez en un artículo en VICE «la historia sucede en un pueblo del norte de Tenerife, donde las nubes acostumbran a volar bajo y por eso el cielo está casi siempre encapotado. Eso es panza de burro, un fenómeno meteorológico muy concreto, que es también un estado emocional, una paleta afectiva escrita en grises; y son también ellas, dos amigas, las protagonistas de la historia, que son pequeñas pero no tanto, y que además de jugar y dar paseos, se masturban juntas«. El libro consigue el mismo efecto que el fenómeno meteorológico: un buen clima en el que vivir todo el año. Las protagonistas son dos niñas del ambiente rural tinerfeño que conviven con los complejos y la rabia insolente de su juventud. Únicas desde las formas, “suspiró de nuevo y se sacó las bragas (…) Y se dio media vuelta y se fue caminando por la calle pabajo. Y yo la observé descender en sisá, con esa especie de cojera que le daba rascarse el culo cada tres pasos. Ya a la altura del cruce se dio la vuelta, despacio, se dio la vuelta despacio como un hombre viejo con bastón y gorra de la ferrería Los Dos Caminos. Shit, acompáñame hasta cas Melva, por fa, que yo siempre te acompaño”, hasta el fondo de sus formas de ser, “alimentarse de una misma hasta darse la vuelta como un calcetín hasta desaparecerse hasta que los dientes de una misma se comiesen a una misma empezando desde dentro después botar los intestinos pa fuera pol culo como una cabra con la matriz desprendida y hacerse un collar de burgados con los intestinos y pensar en regalarle el collar a isora pensar en regalarle el juguito de las jieles a isora que es lo último que le queda a una cuando ya no le queda nada”. Divertidas, perdedoras, atrevidas con sus iguales, inocentes consigo mismas, apegadas a sus abuelas, así con la narradora e Isora. La narradora vive a la sombra de Isora y esta es quizás la principal aportación de la trama; como repite la autora en todas las entrevistas de promoción de la novela, quería reflejar “ese tipo de amistades en las que una de las dos niñas va siempre detrás de la otra, una es la protagonista de todas las situaciones y la otra siempre la sigue; es ese proceso de la infancia en el que tú construyes la personalidad imitando a la otra”, sin perder de vista “el despertar sexual de las niñas, que la mayoría lo vivimos acompañadas de otras niñas, pero es un tema que muchas veces se niega por completo”, ambas ideas son el fondo de la novela, pero donde el libro adquiere una categoría superior es en la forma.
Abreu dinamita las reglas de la gramática española para acercarse al habla canaria, rescatar palabras, expresiones, cadencias y construcciones sintácticas que se están perdiendo poco a poco, y que apenas sobreviven como parte de una tradición oral que no encuentra representada en ninguna forma de producción cultural. Sabina Urraca, editora del libro, explica en el prólogo la acertada decisión de no incorporar un glosario a la novela: “No pongamos glosario ¡No pongamos glosario! Sentí que estábamos reivindicando con la naturalidad de Rita Indiana o Cortázar o quien sea, clamando por que la literatura sea un fluido que se cuele en el cerebro de forma compacta, sin detenerse en un eventual tropezón lingüístico. Que se lea como se escucha una canción, una canción en un idioma extraño que el cerebro, a fuerza de escucharla, vaya desentrañando. Además, casi nadie quiere viajar a un lugar donde lo entienda todo perfectamente”. La impresionante elaboración lingüística de Panza de burro, su capacidad para recuperar y representar un universo cultural completamente ajeno al imaginario metropolitano peninsular, no debería ocultar la destreza narrativa de Andrea Abreu, la aparente facilidad con la que controla el ritmo de la historia, la cadencia afectiva de las protagonistas. Y lo que es más difícil todavía, creo que la principal virtud de la novela es que todo este trabajo literario pueda llegar a pasar desapercibido, que te pierdas en el verano de la narradora e Isora, en los contratiempos de su amistad, sin atender a la lengua, a los referentes locales, a la excepcionalidad de un paisaje emocional marcado por la panza de burro.
Dejad ya de leerme y corred a comprar el libro, creo que ya os encontraréis con la séptima edición.
¡Nos vemos en la próxima reseña!
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