«La infelicidad no es lo peor que hay en el mundo. No dura eternamente y por lo general nos enseña algo sobre nosotros mismos».
Me gusta como mantiene la tensión, como alarga el estado catatónico de Polly. Lo difícil que es mantener el «Pollyamor» (perdonadme por el chiste fácil). Y, sobre todo, destaco la madurez con la que reviste todo lo que tiene que ver con el ‘amor’, que de por si es pura inmadurez y estrabismo vital.
Un libro sobre el que ninguno deberíamos tener la tentación de dar lecciones a la protagonista, porque seguro todos pecamos, por muy veniales que sean.
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