Reseña de El comensal de Gabriela Ybarra

No está mal, pero tampoco cubre las expectativas

En mi afán por leer todo aquello que tenga que ver con los conflictos y siendo coherente con mi crítica a lo poco trabajado que está el caso vasco en la literatura, voy acercándome a todos los títulos de los que voy descubriendo su existencia. Hoy le toca el turno a El comensal de Gabriela Ybarra. Se publicó originalmente en Caballo de Troya en 2015, pero mi edición es la actual de 2022 en Penguin Random House.

El comensal es una novela autobiográfica. En ella Gabriela Ybarra trata de comprender su relación con la muerte y la familia a través del análisis de dos sucesos: el asesinato de su abuelo en 1977 a manos de ETA y el fallecimiento de su madre en 2011 por un cáncer. Así, la primera parte es una reconstrucción libre (por tanto, advierte la autora en la Nota previa, no esconde la parte de ficción de toda memoria) del secuestro y posterior asesinato del empresario español Javier de Ybarra, quien también fue alcalde de Bilbao y presidente de la Diputación de Vizcaya durante el régimen franquista. Aunque esta muerte ha sacudido a todo el clan familiar (los padres de la protagonista tienen que abandonar el País Vasco y convivir con un escolta, sin que la autora entre a desarrollar esta parte), no es hasta la segunda parte de la novela cuando, con la madre de la narradora fatalmente enferma, los duelos no consumados y las herencias políticas no asumidas (a veces por ignorancia) estallan.

Destaca la editorial que la novela es importante por dos cuestiones, “la narración de un conflicto histórico desde un lugar personal procurando la huida del victimismo y el reconocimiento de la importancia que tiene el hacer visible la muerte para asumirla”. Así que a mí me corresponde dar la de arena: creo que la solvencia y el poder adquisitivo de la familia dulcifica la enfermedad de la madre. La hace menos dura y más superficial. Ybarra no se detiene a comentar las dificultades que conlleva para una familia un tratamiento en Estados Unidos, incluso se compra un piso en Nueva York durante su estancia. Hay una parte de frivolidad pija que a mí me aleja del testimonio de la autora. Además, la parte del conflicto vasco es testimonial; es un recurso para hablar de la muerte desde otros lugares, sin entrar en los condicionantes sociales y políticos. Lo mejor de la novela está vinculado a la relación madre e hija y por lo tanto está lejos de los intereses que me acercaron a ella. Reconozco cierto pudor al criticar un libro porque no es lo que yo esperaba de él, pero este blog no es un trabajo académico; son reseñas muy personales de lo que me trasmiten los libros, y este me ha dejado con las ganas de otra cosa.

Así que, en mi futura estantería de libros sobre el conflicto vasco esta novela no será de las más citadas ni recomendadas. Así que, aunque aún tengo alguna crónica en la recámara, acepto recomendaciones. Absteneos de recomendarme Patria, busco algo menos mainstream y más crudo, o más reflexivo, o que esté escrito desde ángulos imperfectos. Ahí os espero.

¡Nos vemos en la próxima reseña!

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