
Una aventura literaria entretenida y muy bien resuelta
No recuerdo cómo llego a este libro. Sé que lo compré hace años en Tipos Infames. Pero no sé qué me llevó a comprarlo, el caso es que ha estado reposando unos años en mis estanterías y ahora le ha llegado el momento. La liebre con ojos de ámbar. Una herencia oculta, escrito por Edmund de Waal, se publicó en 2010 y en 2012 se tradujo al castellano por Marcelo Cohen para Acantilado. Comprarlo fue una gran decisión. Y leerlo ahora seguramente también. Se trata de un libro que recomendaré muy a menudo, aunque intentaré omitir que se trata de uno de los libros favoritos de Sergio del Molino; detalle del que me enteré recientemente y que, dada mi urticaria por el escritor, procuraré olvidar (y aquí quedará escrito).
La historia arranca en unos salones japoneses donde un familiar del autor le lega uno de los tesoros familiares, la colección de netsukes. A partir de ese momento, Edmund de Wall reconoce en el Orefacio que se propuso “saber qué relación hay entre el objeto de madera que ahora hago rodar entre los dedos -duro, delicado y japonés- y los sitios donde ha estado (…) Y quiero saber en manos de quiénes estuvo, y qué pensaron de él, si es que pensaron algo. Quiero saber qué ha presenciado”. Así arranca un viaje lleno de aventuras, de guerra, de amor y de pérdida, que resume, en la historia de una familia, la historia de Europa en los siglos XIX y XX. Y no se trata de cualquier familia, sino de una de las familias más poderosas del siglo XX europeo, la familia Ephrussi, una familia de banqueros judíos que extendía su poder desde Odesa hasta Tokio pasando por París o Viena. Estructurada en cuatro partes, asistimos en el París de la Belle Époque a las peripecias del primer propietario de la colección, Charles Ephrussi, un influyente crítico de arte y mecenas que se relaciona con Manet, Degas, Renoir, Proust o Laforgue. [Un inciso metaliterario: Charles fue el personaje real en que se basó Proust para el personaje de Charles Swann de En busca del tiempo perdido; y ciertamente Charles (solo seguido de cerca por Elisabeth y por Anna) es el personaje más interesante del libro. Fin del inciso]. La colección, en forma de regalo de boda, viaja hasta la Viena modernista donde se convierte en propiedad de Viktor Ephrusi, bisabuelo del autor y próspero banquero, quien verá cómo sus posesiones quedan reducidas a la nada tras la irrupción del nazismo. Salvadas del expolio antisemita por Anna, la doncella de la familia, las figuritas llegan a la ciudad Tokio durante postguerra a través de Iggie, el hijo mayor de Viktor, quien las custodia hasta su muerte, y es entonces cuando su sobrino, el autor del libro, Edmund de Waal, se hace cargo de ellas, se las lleva a Londres y decide recomponer el puzle de la historia familiar.
Es un libro muy recomendable. De Waal teje a las mil maravillas la historia de los netsukes, la historia de su familia, y la historia de Europa. El resultado es una obra coral, bien construida y con muchos aciertos narrativos. Uno de los aciertos más destacables es el pasaje del cruce de cartas familiares al tiempo que estalla la IGM en Sarajevo y las noticias que llegan a Viena. Si tuviera que sacarle un pero sería que me sobra el rollito lacrimógeno sobre la persecución a los judíos. Reconozco que no me emociona. Es más, tengo la sensación de que se aprovecha la circunstancia para lanzar propaganda; quizás es injusto por mi parte, pero no me quiero dejar llevar por el sentimentalismo que buscan los judíos mientras asesinan personas, muchos niños, en Gaza y Cisjordania. Sin perder la perspectiva de lo que significó el Holocausto, este libro está escrito en 2010 cuando el estado de Israel ya ha cometido actos genocidas contra los palestinos. Pero volviendo al libro, que es realmente bello y no merece centrar la crítica en los pogromos, tiene razón Alberto Gil al señalar que “como los netsuke, lo importante del libro está en los pequeños detalles, y las grandes obras, aunque sean pequeñas, parecen estar destinadas a perdurar”. Sin duda que La liebre con ojos de ámbar perdurará y yo prometo contribuir humildemente a la tarea. Léanla.
¡Nos vemos en la próxima reseña!
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