
Kafka brilla en un texto sin rematar
Como ya comentamos en una entrada anterior, con motivo del comentario de los cuentos La condena y El fogonero, este año es el centenario de la muerte de Franz Kafka. Aprovechando la efeméride, es un buen momento para limitar mis carencias con la obra del autor praguense. Por aquí ya reseñamos Cartas al padre y La transformación, y ahora os traigo otra de sus novelas más reconocidas, El proceso. El tema de las ediciones y las traducciones de Kafka lo tengo un poco perdido, pero me dejé guiar por el criterio de mis corsarios, quienes sostienen que la edición de Valdemar -traducida y prologada por Hernández Arias- es la mejor. Con motivo del centenario se están subiendo al carro kafkiano otras editoriales, pero parece que esta de Valdemar es la más consistente y fiel hasta el momento.
El proceso comienza la mañana del veintinueve cumpleaños de Josef K., un joven empleado de un banco, quien al despertarse en la pensión donde reside recibe la visita de unos hombres que le comunican que está detenido -aunque por el momento seguirá libre-. Le informan de que se ha iniciado un proceso contra él, y le aseguran que conocerá los cargos a su debido tiempo. Para el protagonista, Josef K., el proceso laberíntico en el que inesperadamente se ve inmerso supone una toma de conciencia de sí mismo, un despertar que le obliga a reflexionar sobre su propia existencia, sobre la pérdida de la inocencia y la aparición de la muerte. La situación en la que se encuentra el protagonista, a pesar de ser aparentemente absurda, se nos hace muy verosímil. En la novela aparecen abogados, jueces, ujieres, guardianes… que, en conjunto, dan una imagen impactante de los mecanismos de la Ley y del Estado. En Josef K. irá creciendo un sentimiento de culpa que conllevará su sumisión ante el proceso y que dará lugar al inesperado final del libro. Esta es la sinopsis más estéril que podéis encontrar de la obra. Sin embargo, las interpretaciones a su alrededor son infinitas (biográficas, religiosas, filosóficas, psicológicas, sociales, políticas…). No soy ningún experto en Kafka, ni en la literatura de inicios del siglo XX, ni nada parecido, así que estas interpretaciones me superan, en algún punto me parecen forzadas y en otros puedo estar más de acuerdo.
Como en el resto de la obra de Kafka, debemos la existencia de este texto a Max Brod, amigo, editor y albacea literario del escritor. Brod, quedó fascinado con la obra desde que Kafka le leyó algunos pasajes, y aunque al praguense no le terminaba de cuadrar, Brod insistía en su publicación. Tras la prematura muerte por tuberculosis de Kafka en 1924, y a pesar de que el autor había manifestado en una nota su deseo de que todos sus escritos fuesen destruidos sin ser leídos, Max Brod decidió publicar El proceso años después. De todo lo que tengo leído de Kafka -que no es mucho-, creo que este texto es el primero en el que veo claramente que no tenía que haberse publicado. A mí me ha dejado bastante frío. Veo inconexiones, vacíos argumentales, saltos, en definitiva, imprecisiones que me alejaron de la lectura y que seguramente achaque a esa sensación de corta y pega que genera el proceso de edición y publicación. Max Brod cambió el orden de capítulos y juntó unos capítulos con otros, y -al menos en esta edición- se recuperan partes tachadas de los manuscritos de Kafka que se incorporan como notas al final del texto. Todo esto genera cierta sensación de no estar leyendo un texto definitivo y coherente con el criterio del propio autor, lo que a mí me ha alejado de su lectura. Valdemar asegura que “la presente edición recoge el texto íntegro y la ordenación de Kafka sin los expurgos y arbitrariedades de las primeras ediciones de Max Brod”, lo que produce cierta sensación de alivio, pero aún así el carácter de working paper del texto no desaparece.
Sea como fuere, estamos ante un libro imprescindible. La capacidad de Kafka para presentar personajes con cargas axiológicas y problemas filosóficos de primer orden, así como su maestría para tejer ambientes opresores, alcanzan cotas altísimas en El proceso. La sensación de indefensión, la abrumadora y asfixiante maquinaria judicial paralela al estado, el encorsetado orden social, la limitación de derechos y deberes, el sentimiento de culpa, la rabia de David ante Goliat… todo esto lo desarrolla Kafka de manera magistral. Y esto solo lo pueden hacer los grandes escritores. Cuando un texto no está rematado y aun así brillar con luz propia a partir de pinceladas, borradores, algunas partes mejor definidas, otras publicadas como relatos, otras tachadas y sacadas del texto… cuando ya en este momento del proceso de creación consigues abrumar al lector y al experto, entonces eres un genio. Así que, a pesar del carácter transitorio del estado de la obra, el lector acaba aceptando el proceder de Max Brod y el interés porque la humanidad conozca la obra de su amigo. Todos debemos leer a Kafka y todos debemos revelarnos ante los escenarios de pasado, presente y futuro que nos marca el genio de Praga.
¡Nos vemos en la próxima reseña!
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