
Un paseo literario por la vida y el placer del ensimismamiento
El verano es el momento preciso para aprovechar ratos lectores largos. Es costumbre en este blog dedicar el periodo estival a esas lecturas sesudas, normalmente clásicos universales que tengo pendientes. Sin embargo, esos clásicos no siempre tienen que ser tochos. Este año estoy intentando intercalar lecturas igualmente profundas, relevantes y sesudas de extensión más limitada. Es el caso de El paseo, de Robert Walser, editada por Siruela. En este blog ya le hemos dedicado algunos posts a Walser de forma directa, pero también a través de la admiración que le han procesado autores como Vila-Matas en sus libros. Walser tuvo por vida una apasionante tragedia. Escritor suizo en lengua alemana, su capacidad para diseccionar la realidad con la más suave ironía, le llevó a dedicar pocos años de su vida a la literatura, pero invirtió ese tiempo en tallar exquisitas miniaturas acerca de una vida cotidiana poblada de personajes e impresiones procedentes de la noche más oscura. Aquí ya nos detuvimos en Los hermanos Tanner o en Jakob von Gunten, pero seguimos teniendo pendientes otros de sus títulos, que irán cayendo lentamente, para saborearlos mejor.
En El paseo, un poeta sale a pasear y ante su mirada se alternan la belleza de la vida y el absurdo de las convenciones de la sociedad, el sonido de una voz que canta y el espectáculo del gran teatro del mundo. Entre el sabor más crítico y la más pura de las reflexiones, este texto es una espléndida miniatura del arte de Walser.
Señalan en Revista de Libros que el texto es una “analogía del hombre que sale a darse una vuelta proyecta su concepción del mundo. Lo escribe amparándose en un recurso de la narrativa clásica que obliga a escritor y lector a desempeñar en la novela el mismo papel que en la vida, para hacer del texto un espejo donde reconocerse (…) elige un lenguaje procesal para contarnos una excursión y no estima narrativamente importante un episodio erótico”. De hecho, Walser comienza la obra con la declaración expresa del escritor de dar un paseo: “Declaro que una hermosa mañana, ya no sé exactamente a qué hora, como me vino en gana dar un paseo”, y así tras esta voluntariosa afirmación, el lector se siente invitado a acompañar a Walser en su caminar.
Sin embargo, Walser no sale de paseo para ver el paisaje sino para ensimismarse. Ese es el paseo que realmente tiene sentido filosófico y literario. O como lo explican en Por los codos, “Walser en un grandioso juego estilístico va construyendo —o reconfigurado— aquello que puede que haya visto en la realidad a través de las palabras. Y digo puede que haya visto porque en diversos momentos el autor nos deja entrever que realidad o fantasía son una misma cuestión en cuanto a la literatura se refiere (…) Palabra a palabra nos va transportando en su paseo por un mundo real, por un mundo imaginado, en el que sientes la magia y el poder de las palabras para configurar espacios, situaciones, personajes, en definitiva, la vida. Porque la literatura no es otra cosa que eso, vida contada. Y Walser bien nos hace ver que sabe de ambas cosas, de la vida y de la escritura”.
En definitiva, El paseo nos ofrece una lectura tan amena como profunda que deja un buen regusto literario y vital. El paso por la niñez, la juventud, la adolescencia, el descubrimiento de los placeres adultos, la sensatez, la ironía y la templanza de la vejez, los coloridos últimos rayos del ocaso… todo en Walser está teñido de buena literatura.
¡Nos vemos en la próxima reseña!
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