Reseña de Los hermanos Tanner de Robert Walser

Una desquiciante e inolvidable mezcla entre Bartleby y Holden Caulfield

Cuando en 2020 publiqué la reseña de Jakob von Gunten me prometí no alejarme demasiado de Robert Walser y claramente he incumplido mi promesa porque he tardado cuatro años en volverme a sentar con él. Hoy os traigo otra de sus novelas más conocidas, Los hermanos Tanner, editado por Siruela, que Walser escribió en menos de seis semanas y que vio la luz en 1907. Ahora tengo en mis estanterías de libros pendientes El paseo una obra sobre la que me han generado altas expectativas.

Los hermanos Tanner cuenta la historia de Simon Tanner, un joven sin metas ni objetivos concretos, que se dedica a vagar por el mundo buscando experiencias y disfrutando de la vida (“en mí no hallará usted nada que apunte a alguna opción vital determinada”), mientras reflexiona sobre las cuestiones que le van sucediendo y sobre las que se siente interpelado, especialmente aquellas relacionadas con sus hermanos. Simon rompe con los estándares de deseabilidad social de su época -y de la nuestra-. Es un chico que no anhela un trabajo estable (“puedo, cada vez que la necesidad lo exige, vender mi libertad por un tiempo para luego ser nuevamente libre. Vale la pena ser pobre a cambio de la libertad”) ni encontrar una pareja con la que pasar el resto de su vida (“yo no podría soportar el amor porque puedo soportar la carencia del amor”), y si hay momentos donde su deambular vital le haga plantearse cambiar y orientar su vida hacia lo que la sociedad espera de él… le duran poco, “se sentó, sobre una piedra, a meditar cuánto tiempo más quería seguir llevando esa vida de simple contemplación y reflexión. Tendría que acabar muy pronto, desde luego no podía continuar así. Era un hombre y tenía que cumplir a rajatabla con sus deberes. Pronto habría que ponerse otra vez en movimiento, lo tenía muy claro. Cuando llegó a casa se lo dijo con palabras oportunas a su hermana. Y ella le dijo que no pensara en nada de eso, al menos todavía (…). La verdad es que era demasiado atractivo quedarse así durante un tiempo más”. Sin llegar a evitar el contacto social, es un chico incapaz de mantener sus vínculos, aunque desarrolla una gran sensibilidad por naturaleza y disfruta de las conversaciones espontáneas con extraños.

Para mí, Walser consigue una brillante (y desquiciante) mezcla entre Bartleby y Holden Caulfield. Si bien este segundo es un personaje posterior, Simon comparte con él (y Holden es mucho más famoso que Simon Tanner) el síndrome de Peter Pan, esa actitud evitativa hacia la madurez a favor de una adolescencia existencialista y perpetua. Carlos Andia en Un libro al día caracteriza a Simón de la siguiente forma “diríamos que no hace nada sino estar. ¿Simplemente un vago? Tampoco. Es un tipo ligeramente insolente a quien continuamente le están diciendo que nunca dejará huella en nadie, algo que parece bastante duro de tragar, pero que a él le resulta del todo indiferente, porque lo que valora es sentir la vida y prácticamente nada más. Un chico raro, realmente”. Su rareza lo hace repulsivo hacia sus compañeros de ficción, pero termina siendo adorable para el lector.

Cuenta la contraportada de la edición que cuando el poeta Christian Morgenstern leyó Los hermanos Tanner la recomendó a su editor con las siguientes palabras: «Este hombre hablará así mientras viva y sus libros serán un extraño y fascinante espejo de la vida». La excepcional intensidad del autor suizo queda perfectamente plasmada en este trabajo de un novelista admirado en su tiempo por Kafka, Hesse o Musil y que hoy sigue siendo una referencia obligada en la narrativa europea del siglo XX, a pesar de ser un gran desconocido para el lector medio. Yo seguiré leyendo la obra de Walser y sospecho que seguiré recomendándola vivamente, porque de momento todo lo que he leído de él me ha parecido sobresaliente.

¡Nos vemos en la próxima reseña!

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