
Un único párrafo genial que seguirás leyendo incluso cuando cierres el libro
Ya no visito las librerías porteñas para conocerlas, sino para dejarme embaucar por el criterio de los libreros y las libreras. Así que a los clásicos argentinos iré intercalando pequeñas joyas menos reconocidas fuera del país y la región, pero igualmente apetecibles. En uno de mis paseos por Eterna Cadencia, uno de sus libreros me recomendó una serie de títulos de autores y autoras contemporáneos. El primero que he leído es Pequeña flor de Iosi Havilio, editado por Literatura Random House. Este autor argentino tiene cierta trayectoria, algunas de sus obras se han traducido a varios idiomas e incluso han sido llevadas al cine. Pequeña flor es su quita novela y aunque haya empezado por esta, creo que seguiré de cerca el resto de sus propuestas porque es francamente bueno.
Pequeña flor cuenta -en un solo párrafo de casi ciento treinta páginas- la historia de José, un hombre que vive en una zona residencial alejado del centro urbano. Recién empieza el primer capítulo, José sabe que ha perdido su trabajo debido al incendio de la fábrica de fuegos artificiales en donde era empleado. El cambio repentino de su rutina y la de su familia comienza a traerle problemas con su pareja, Laura, madre de su única hija, Antonia. Laura debe volver a trabajar como correctora editorial, sumando así distancia a la ya desapegada relación que tiene con su pequeña hija, la cual siente que la aborrece. José comienza a pasar de un estado a otro, de la inmovilidad a la hiperactividad, hasta que en un momento de relativa calma en su alterada vida, decide ir a pedirle a su vecino, Guillermo, una pala para terminar algunos trabajos en el jardín de su casa. A partir de este punto, lo que parecía una novela que buscaba retratar la sensación de derrota de un joven padre de familia cambia totalmente para que se dé, a través de esa insignificante visita, el arribo de las formas fantásticas a través de una habilidad que José no sabía que tenía.
No he leído una mala crítica a la novela, si bien hay quien la califica como agotadora en algunas partes. Particularmente, soy más de la opinión de Fernando Bogado de Radar Libros quien defiende que “narrativa y experimental, tal como el autor la define, Pequeña flor es una historia que se lee rápida y que, como un golpe de euforia, lleva apresuradamente todo a un salto al vacío del que no se sabe qué resultará. Del vecino misterioso con música jazz a los delirios pseudo religiosos de Laura, de la sencillez patrimonio del infante de Antonia a la búsqueda de serenidad en Tolstoi, todo en la novela es un despliegue de colores y formas que tiene también algo de estrictamente visual, sombrío, como las flores, encadenadas ellas también a una pena a la vez natural y estética: tremendamente bellas y cautivantes una vez arrancadas y dispuestas a la muerte”. Sobre esto último, la muerte, el autor nos anticipa desde el inicio que será uno de los hilos reflexivos más importantes a lo largo de la novela recuperando una cita de Fogwill en el epígrafe que dice “tal vez, la gente no se muera nunca, quizás al morir le llega el nombre de la muerte y mientras sigue rebotando la idea de la muerte contra el signo y la noción de la muerte, la vida continúa en suspenso” y recurriendo a Resurrección de Tolstoi como una de las lecturas de José. Iosi Havilio, en una entrevista con Fernando Pagano de Leamos (Infobae), comenta al respecto que “como en todo lo que uno hace, se pone en juego esa dualidad de estar y saber que, en algún momento, no vamos a estar. El protagonista trae Resurrección de Tolstoi, una novela para él formativa que habla de la resurrección moral, y creo que en eso estamos hoy en día. Uno piensa en estos últimos dos o tres años, aunque también en todos los anteriores y aquellos por venir, y estamos constantemente en ese resurgir. Ahora está de moda hablar de “resiliencia”. No me gusta mucho la palabra, pero me encanta el concepto: volver a surgir una vez más desde un lugar conocido hasta uno desconocido, donde la muerte y todas sus acepciones campanean a cada lado”. Ciertamente la novela aborda otras cuestiones tanto centrales como la decadencia, las relaciones de pareja o las relaciones paterno filiales, como menores, por ejemplo, la conexión con la naturaleza a través de la botánica y la jardinería. Desde luego, es una gozada paladear todo esto en un único párrafo con un ritmo muy cuidado y que te mantiene pegado al texto.
En la entrada de Fernando Bogado aparece algunas respuestas del autor a la entrevista que le hizo el periodista y me gustaría cerrar mi reseña con una respuesta que me parece que sitúa perfectamente a la novela y al autor en su espacio y en su tiempo vital y literario: “Pequeña flor nace del impulso de preguntarme acerca de la escritura, del oficio, del lugar desde donde se trabaja, acerca del maldito estilo, de la imaginación; y en el camino se estableció un dialogo con escrituras que en la contemporaneidad me interpelan de alguna u otra manera; y ahí rescato dos movimientos que se me hacen vivos: por un lado está eso que se mal nombra literatura experimental: poetas, performers, algunos narradores, por ejemplo Pablo Katchadjian [paréntesis: pronto os traeré un libro de cuentos de este autor]; por otro, está ese fascinante monstruo de mil cabezas que es la obra de César Aira. Me divierte pensar a Pequeña flor como una novelita de inspiración aireana a sabiendas de que la referencia se agota en cuanto comienza a desovillarse el relato. Algunos gestos comunes no hacen a un mundo: se hace evidente con rascar un poco la superficie. Y, volviendo al alquiler, repensando ahora el asunto de la locación de voces y estilos, te diría mejor que, si las cosas salen más o menos bien, el alquilado es uno”.
Lo dicho, acercaos a la obra de Iosi Havilio. Quizás Pequeña flor sea una buena entrada. Pero tengo la impresión de todas sus propuestas son distintas, arriesgadas y frescas. Creo que Havilio no es “uno más” y que su proyección es grande.
¡Nos vemos en la próxima reseña!
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