Una novela psicológica que no te deja disfrutar de la trama
Siempre es un halago que un autor o una editorial te envíen un libro para que lo reseñes y lo difundas por redes sociales. Siempre. Y no dejo de estar tan agradecido como sorprendido porque me lo envíen a mi. No tiene nada de falsa modestia, es más bien baja concepción de uno mismo, no me parece nada destacable lo que hago en este blog. Pero eso no me impide estar muy agradecido a todos aquellos que me permiten colaborar con ellos. Si hay un libro de por medio, podéis contar conmigo.
En este caso, fue el propio David Giner el que me escribió para enviarme Decidir. Lo hizo con mucha sensibilidad, respeto y delicadeza. De hecho, hablando con otra gente de Instagram coincidíamos en la humildad y el respeto con el que David habla de su libro. Me lo envió a través de la editorial hace un tiempo, pero no he podido sentarme antes a leerlo.
El libro plantea una situación en la que dos hombres adultos, Sacha y Emil, tras un pasado de desencuentros en la juventud (en sus primeros años de actividad profesional) vuelven a coincidir en otras circunstancias. Ahora son yerno y suegro. Sacha está postrado en la cama y Emil le visita asiduamente. En una de esas visitas, Sacha le espeta a Emil, “necesito matar a alguien. O más bien necesito que tú mates a alguien”. Esto promete, ¿no? Pues no. Y me da mucha rabia, pero no tengo buenas noticias.
La idea es buena, pero he desistido en la página 172. Hay algo en el libro que no he podido seguir soportando. Empieza a ser muy evidente a partir de la Segunda Parte. Ese momento en el que el propio autor empieza a llevarme por diferentes vericuetos morales en los que ya no necesito ir de la mano de nadie. Si algo tiene la Literatura es que se puede permitir ser irreverente, locuaz, vulgar, políticamente incorrecta. Y las bibliotecas están llenas de personajes despreciables, absolutamente deleznables, repulsivos y vomitivos que son inolvidables para el lector. Pero es el lector el que debe decidir con quién se queda. Muchas veces justificamos las mayores atrocidades porque consigues empatizar con un fin mayor o porque asumes el castigo o los daños colaterales. En este libro, desde el capítulo 47 (que, bajo mi punto de vista, sobra) el autor empieza a plantearte los dilemas morales (creo que de ahí viene el título de la obra) a través de preguntas retóricas y se posiciona de una forma deliberadamente ambigua en torno a lo que hará cada personaje. No necesito eso. Ese es mi trabajo como lector. Imaginad un thriller psicológico en la que cada cinco minutos saliera el director sobre un fondo blanco plateándote preguntas o incitándote a pensar de una determinada manera. ¡Qué cortarrollos! Han sido cinco capítulos seguidos en este tono lo que me ha hecho plantearme abandonar. Sin embargo… he seguido. Lo he terminado. Sí. No sé dejar libros a medias. Así que lo he terminado. Y tengo que decir que me sobró hasta el final la voz del narrador que me plantea las preguntas y me obliga a ver la historia desde su prisma. Se desaprovechan oportunidades. Quedan escenas sin cerrar. La psicología de los personajes podría estar mucho mejor tratada. Los diálogos interiores hubieran dado un toque al libro mucho más intenso (Emil sí que dialoga consigo mismo y lo leemos, pero Sacha no). Y el final… la verdad es que me esperaba un cierre similar, pero con una variante que (a mi juicio) hubiera funcionado mejor. No hablaré del final por respeto a los que os animéis, pero lo podemos comentar cuando queráis.
No quiero ser desagradecido. Tampoco quiero ser falso. Cuando un autor o una editorial me envían un libro siempre les digo lo mismo: “no comprometo mi opinión con la obra, puede que me guste y lo diré, y puede que no me gusté y lo diré igualmente”. Este blog tiene sentido porque existe un criterio y una seriedad en los propósitos. Si un libro no me gusta lo diré con el mismo énfasis con el que lo haberme gustado.
Aun así, leedlo si os gustan las novelas psicológicas. Si os gusta la tensión y la incertidumbre. Se devora. Las páginas pasan solas, no te das cuenta y ya estás en la ciento cincuenta. Termino diciendo lo mismo en todas mis reseñas negativas: que a mí no me haya gustado no quiere decir que no debas leerlo; los libros dependen de los momentos, de los gustos, del que hayas leído antes o del que te esté esperando en la mesilla; de cómo te sientas y de tus experiencias vitales. Puede que a ti te parezca fascinante y tu opinión será igual de válida que la mía. Así que, adelante.
¡Nos vemos en la próxima reseña!
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