Reseña de Vivir abajo de Gustavo Faverón Patriau

Un cóctel molotov que cae sobre los cimientos de la literatura latinoamericana

En esta casa se regalan libros. Para algunos regalar libros será un cliché, una salida de emergencia ante la falta de ideas, pero en esta casa los libros ostentan la categoría de “regalazo”. Las navidades pasadas mi regalazo fue este libro. Y resulta que, cuando ya me lo habían comprado y envuelto, yo fui a la librería a buscarlo y los libreros me dijeron “no, no te lleves este” y yo aluciné. ¡Pero bueno! ¡Si todo el mundo habla maravillas, si acaba de sacar otro que lo está petando y lo tenéis como recomendado en la librería! Y resulta que es que mi mujer lo había ido a comprar días antes. Benditas coincidencias de gente que se conoce y se hacen regalazos que saben que acertarán. Y esta es mi anécdota con Vivir abajo de Gustavo Faverón Patriau, editado por Candaya y publicado en 2019 (mi edición es de marzo de 2024). Novela que le sirvió a su autor ser finalista del III Premio Bienal Mario Vargas Llosa 2019. Y seguramente le encumbró a la cotas más altas de la literatura latinoamericana actual. Ahora lo difícil es mantenerse.

Si seguís mi blog, sabréis que normalmente en este segundo párrafo aparece la sinopsis de la novela. Pero la tarea es titánica en este caso. Carlos Zanón en Babelia -a mi juicio la mejor reseña que he leído sobre el libro, y si queréis leer algo bueno dejad de leer esto y pasaos a Zanón- reconoce que “Vivir abajo es una barbaridad en cuanto talento, imaginación, oficio y respeto a la narración como una matrioshka infinita: todo está en todo, todos los agujeros están conectados bajo tierra como una inmensa topera así que ¿por dónde puede uno empezar a explicar esto?”. Pues aún así voy a intentarlo: la novela acompaña George W. Bennett, un joven cineasta de origen estadounidense y raíces latinoamericanas. Su periplo vital y su intrincado pasado familiar se erigen en el eje vertebrador de las cuatro partes de la novela. Muy diferentes entre sí por extensión, perspectiva y género, los cuatro segmentos se desarrollan a partir de un relato cuyo arranque tiene lugar en Lima, en 1992, cuando un cineasta americano comete un tenebroso homicidio en el sótano de una casa el día de la captura de Abimael Guzmán, líder de Sendero Luminoso (la prehistoria de ese crimen viene de veinticinco años antes y su solución tomará otros veinticinco). Luego viene una segunda parte situada, durante los años setenta y ochenta, en un campus universitario estadounidense y centrada en un flashback narrado desde el punto de vista de una profesora de Bennett; y una tercera que remite a un viaje realizado por el norteamericano entre 1980 y 1992 atravesando Paraguay, Argentina y Chile, lo cual permite indagar en la realidad política de las dictaduras latinoamericanas del pasado siglo y el papel de Sendero Luminoso en ese contexto. En la cuarta parte reaparece, ya en el presente, el tímido narrador en primera persona del inicio, el rival amoroso de Bennett, quien en el desenlace pasa de ser un mero testigo a convertirse en el auténtico protagonista del texto que consigue el encaje de todas las piezas del puzle, de esos relatos intercalados que se entrecruzan y solapan a lo largo de toda la novela, en una pirueta discursiva que cierra implacablemente esta tumultuosa trama.

Y aún con esta sinopsis tan extensa, quizás todavía no sepáis en qué consiste y es totalmente normal. Vivir abajo es un libro de aventuras, un relato de horror, un misterio policial, una historia hecha de mil historias y una crónica de viajes por los territorios de la locura y el espanto. También es una novela de humor quijotesco, poblada por artistas enloquecidos, espías eruditos, poetas fantasmales y venganzas equivocadas. El título de la novela, ese “vivir abajo”, en los sótanos, en los manicomios, en los calabozos, en la pobreza, en el infierno, supera lo que podría ser otra crónica perversa sobre América Latina en el siglo XX, como dice Zanón, “una suerte de historia subterránea de la América del Sur, aunque quien te la explique sean siempre narradores muy poco fiables: locos, asesinos, torturadores, borrachos, farsantes”.

Elena Santos en una reseña para el Centro Virtual Cervantes acierta cuando sostiene que la extensión de la obra “y su vocación proteica podrían ser argumentos disuasorios a la hora de abordar su lectura, pero por fortuna acaba imponiéndose su fuerza narrativa, que apela e interpela al lector, a su imaginación y a su imaginario, con un complejo despliegue de historias, tiempos, lugares, voces y personajes, contemplados todos ellos desde una perspectiva alucinada”. Y es que las corrientes de fondo de la novela son las que me mantuvieron atento, porque la trama apenas me interesaba (más allá de ir descubriendo la naturaleza de los protagonistas), pero lo verdaderamente magnético de la novela, al menos para mí, es la capacidad de Faverón de construir un relato sobre “los mitos fundacionales de un continente nacido de la violencia, vista como metáfora de la condición contemporánea”.  El magnetismo del discurso sociológico y antropológico que defiende Faverón consigue sobreponerse a una trama que muchas veces hace aguas por lo intrincado de la red de personajes. Creo que con Minimosca organiza mejor el texto de forma que no haya que esperar casi seiscientas páginas para ir recomponiendo el puzle. Algo que los lectores, por mi hechizados que estemos con su prosa, agradecemos.

¡Nos vemos en la próxima reseña!

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