Reseña de Lo que habita en los sueños de Nagore Suárez

Tensión narrativa y vinos caros dan cuerpo a la nueva y esperada novela de Nagore Suárez

Desde que supe que Nagore Suárez iba a sacar su cuarta novela estaba deseando leerla. Sus tres primeros libros dieron cuenta de su enorme talento literario y todo apuntaba a que Lo que habita en los sueños, editado por Destino, iba a mantener el pulso y la tensión narrativa a la que Suárez nos tenía acostumbrados. Y así ha sido. Lo que habita en los sueños es uno de esos thrillers con los que os tenéis que hacer este 2025.

La novela trascurre en dos momentos (1938 y 1952) y dos ciudades (Florencia y San Sebastián). El hilo temporal principal de la novela se desarrolla en San Sebastián en 1952, con la dictadura franquista consolidada y las esperanzas conservadoras de un país mejor que ya empiezan a flaquear (nada es lo que Franco prometió y el país se ahoga en la pobreza, la muerte y la desconfianza mutua). En la capital guipuzcoana vive Manuela, en un intento por alejarse de la sombra de su hermano mayor y cabeza de familia. La joven se aloja en uno de los hoteles más prestigiosos de la época, el Hotel Continental (frente a la playa de la Concha, hoy desaparecido) y pasa los días con uno de sus mejores amigos, Pedrito (personaje adorable donde los haya). Su paz se ve alterada cuando la invitan a la fiesta de inauguración de Villa Allur, una casa noble en la ladera del monte Urgull donde nada es lo que parece. Los invitados y lo que allí descubre propiciarán una serie de recuerdos y de intrigas en la propia Manuela que desembocarán en una investigación por reconstruir el pasado de su amiga Ava, a quien conoció en un colegio para señoritas en Florencia años antes. La presencia de Ava en la vida de Manuela supuso un antes y un después: el atrevimiento de la juventud, la sed de vivir experiencias que amplíen sus horizontes vitales, la transgresión y la apertura a mundos desconocidos son algunas de las marcas que Ava deja en Manuela. Pero un buen día de 1938 Ava desaparece sin dejar rastro y llevando consigo el último cuadro que pintó y no volverá a saber de ella hasta que ve este cuadro colgado de la biblioteca de Villa Allur… Manuela buscará a Ava y en el fondo también se buscará a sí misma.

La autora da muestras de una minuciosa labor de documentación que va desde los detalles de la ciudad (calles, casas, bares, locales, acontecimientos sociales…) hasta el ambiente de la época (gobernadores civiles, militares, aristócratas…), recreándose en su nariz de sommelier y su buen gusto enológico. Parece una broma, pero no lo es: Nagore tiene predilección por el vino. En la trilogía anterior me atreví a sugerirle que el personaje que tenía una bodega le daría juego para un spin off y no me ha hecho caso; me alegro de que en esta novela al menos sus personajes beban vino como si no hubiera un mañana, como si solo a través del vino pudieran alcanzar ese estado seminconsciente para comunicarse con los (no tan) muertos.  Pero donde realmente brilla Nagore Suárez es en la tensión narrativa. En cómo va gestionando la información, los personajes y los escenarios, las motivaciones y los intereses, los miedos y las angustias, hasta casi la última página. Es su cuarto libro y los sigo devorando. Los libros de esta autora se leen casi de una sentada (si no fueran 500 páginas igual me duraban una sentada, pero esta vez han sido varias) y eso no es fácil de conseguir (parece algo innato, pero seguro que es fruto de muchas horas puliendo frases, párrafos y capítulos). Es cierto que el rollo burgués a mí me alejaba del texto, me daban pereza sus preocupaciones, pero esto es algo personal. Disfruté del personaje de Roger Foss -el librero- quizás por ser el único personaje working class de la novela (jajaja). Fuera de bromas, suelen gustarme más los thrillers sucios que se desarrollan en los barrios más oscuros de las ciudades (va ganando espacio en mi recuerdo la trilogía ambientada en el Estocolmo de finales del siglo XVIII de Niklas Natt och Dag, que en su momento no me dejó buen sabor de boca) y este tipo de tramas con aristócratas de bolsos caros y copas de vino de cristal de Bohemia, la verdad es que no me atraen tanto. Pero no me hagáis demasiado caso, es más un capricho personal que un defecto de la novela, realmente el ambiente aristócrata funciona muy bien.

En definitiva, el sabor en boca -seguimos con la cata de vinos- que deja Lo que habita en los sueños es gratificante. Apetece saber más de Manuela, de Ava, de Pedrito o del pasado de Roger Foss. Esa sensación de querer seguir leyendo creo que es la mejor que puede dejar un libro y no hay novela de Nagore Suárez que no me haya dejado este regustillo lector. Síganla y déjense llevar.

¡Nos vemos en la próxima reseña!

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