Reseña de Dogma de Lars Iyer

Una maravilla que mantiene la frescura provocativa de su precuela

¿Tenéis empezadas trilogías que no queréis terminar? A mí me pasa. Tengo algunas. Y una de las más preciadas es la de Lars Iyer. El año pasado leí Magma –que fue aclamada por las secciones culturales de los grandes medios americanos– y hoy os traigo Dogma, su secuela, publicada en 2015 por Pálido Fuego, aunque originalmente se publicó también en 2011 como Magma. Me queda Éxodo el cierre de la trilogía, pero creo que tardaré en leerla, me gusta la sensación de que aún me quedan páginas de Iyer por delante.

Dogma arranca con Lars y W. todavía, continuamente y sin cesar, discutiendo, aunque esta vez en un país diferente. Lars mantiene su rol de narrador de la relación entre ambos y de estorbo para el desarrollo intelectual de W. En esta ocasión, el dúo se embarca en un viaje por el Sur Profundo norteamericano, donde, en compañía de un grupo de canadienses que quizá estén relacionados con W. o quizá no, intentan fundar una nueva religión basada en sus estudios filosóficos. Su misión se ve pronto arruinada por la incapacidad de la pareja para dar ningún paso significativo, las interminables peleas que mantienen, el peculiar comportamiento de los nativos, y por una auténtica catástrofe: al parecer no son capaces de encontrar ningún establecimiento que sirva su marca de ginebra preferida.

Con referencias constantes a escritores como Polyani, Whitman o Kafka (se mantiene como estandarte intelectual de los protagonistas), o a filósofos como Spinoza o Rosenzweig, la conversación entre los dos protagonistas va dejando testimonio de la profunda carga ideológica de la obra. Las conversaciones son directamente digresiones constantes sobre la literatura (“debemos leer si queremos vivir, dice W. Nosotros puede que hayamos olvidado cómo vivir, pero ellos –los autores de los libros de su bolso masculino– no”; o algo con lo que estoy en profundo desacuerdo, “el verdadero lector no tiene necesidad de rodearse de libros, dice W. El verdadero lector los presta a otros, sin pararse a pensar en su devolución. ¿Qué necesidad tiene él de una biblioteca llena de libros? Él prefiere estar a solas únicamente con las obras más esenciales, en su habitación de la casa de sus padres. Beckett junto a su Dante, y cricket en la televisión”), sobre el arte público, (“van a convertirlo en un barrio cultural (…) El arte público es invariablemente un medio de marketing para el desarrollo urbanístico, dice. Es inevitablemente el predecesor del aburguesamiento (…) el auténtico arte de la ciudad es industrial”), sobre el sentido de las crisis cuando recurren a una maravillosa cita de Gramsci, “la crisis consiste precisamente en el hecho de que lo viejo muera y lo nuevo no sea capaz de nacer”) o sobre la religión (“la religión se ocupa de este mundo, de lo ordinario, lo cotidiano, dice W. ¿Por qué nadie lo entiende aparte de él? (…) La revelación es un asunto público”); y especialmente sobre el capitalismo.

A partir de todas estas estas reflexiones, fundan un movimiento intelectual, Dogma, y se basan en el movimiento Dogma 95 de Lars Von Trier y sus colegas quienes “prohibieron todo artificio en la producción de sus películas. Nada de decorados, ni efectos croma, ni dinosaurios generados por ordenador ni artefactos antiguos de ninguna clase. Nada de música; nada de violines lacrimógenos (…) El cine ha de preocuparse de la cotidianidad, de la realidad”. Para su movimiento, necesitan “una realitätpunkt, dice W. Un punto de certeza absoluta, desde el cual pudiera comenzar todo. Si bien lo único de que él puede estar seguro es el eterno derrumbe de nuestros fundamentos, la eterna señal de stop de nuestra idiotez”. Y empiezan a delimitar normas y a enmarcar su movimiento intelectual en una serie de reglas que irán nutriendo el relato; Dogma es “espartano, sincero, colaborativo, personal, reticente, apocalíptico, periférico, personal, asertivo, experimental, está lleno de pathos; el dogmatista practica el plagio, debe estar siempre borracho”… y alguna más que se me escape ahora mismo. Véase el paralelismo de estos principios con el estilo de Iyer en sus libros, no se pierda de vista, este Lars (Iyer) también formaría parte del Dogma de von Trier y del de sus propios protagonistas.

Estamos ante una maravilla difícil de leer y de seguir, pero una maravilla divertida, provocadora y desafiante. Dogma es intensamente nietzscheana, absolutamente monty-pythoniana, y deliciosamente crítica con los implacables e irreversibles defectos del capitalismo y el simplismo a que conducen los excesos de cotidianidad. Es una obra de arte contemporánea sobre la coreografía absurda que domina nuestras vidas. En la línea de su predecesora Magma, centrada en la sátira de la vida intelectual, ahora Dogma es un salto exponencial en la propuesta discursiva y filosófica. Quizás hayamos perdido la frescura de la novedad estilísitca que nos supuso Magma, pero sigue funcionando igual de bien. Es difícil dejar de leer, de seguir esta historia, de pensar con ellos y de dejarnos llevar por sus divagaciones. Es una maravilla y ya estoy deseando completar la trilogía.

¡Nos vemos en la próxima reseña!

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