
Una propuesta literaria sencilla y resultona
Hay libros que vagan por mis estanterías y mesas de casa sin un destino concreto. Pasan de una librería a otra, bajan a una mesa, se quedan en un sofá y descansan en la mesilla de noche. Parece que tienen vida propia. Lo que realmente ocurre es que no son libros comunes, son seres extraordinarios a los que uno no puede o no sabe renunciar. Este es el caso de Me acuerdo (I remember) de Joe Brainard, editado por Sexto Piso. Publicado originalmente en 1970, este libro ha sido el precursor de un subgénero altamente recomendable, los “me acuerdo”, que más adelante trabajarán Perec (y se lo dedica a Brainard), Glantz o Passolini.
La fórmula del libro es tan simple que escritores como Ron Padgett, poeta y gran amigo de Brainard, se preguntaron por qué no se les habría ocurrido a ellos una idea tan sencilla (y resultona). Su original forma, basada en una repetición casi de mantra, recoge más de mil evocaciones que empiezan con las palabras “Me acuerdo”. Se trata de frases, en su mayoría breves, que activan un resorte en la mente al rescatar imágenes con las que han crecido varias generaciones de todo el mundo. Una entrañable mirada a lo más íntimo de la vida de Brainard y un retrato de la cultura y del imaginario popular del Estados Unidos de los cuarenta y los cincuenta. Mauricio Molina en Letras Libres halaga al autor destacando su genio “reside en la simplicidad de su estrategia verbal. Se trata al mismo tiempo de un libro abierto, cuyo final es imposible por inacabable. El lector se enfrenta a Me acuerdo como un interlocutor que se asoma a una serie de imágenes, frases y pensamientos sin final ni principio, de modo que el libro puede leerse a partir de cualquier página (…) El tiempo sigue, la memoria no cesa”.
El experimento literario funciona muy bien. La sencillez del artefacto tiene la cara oculta del posible aburrimiento del lector, pero rápidamente conectas la lectura con tus propios recuerdos y en ese momento empiezas a leer con avidez y deseando que los recuerdos de Brainard te evoquen tus propios recuerdos. Ahí es donde reside la virtuosidad del libro. La aparente improvisación del autor a la hora de hilar recuerdos se acaba destapando y es posible situar a la búsqueda de la identidad propia en el centro de sus preocupaciones y evocaciones. Además, hay cierto hilo conductor entre recuerdos. Y es relativamente común que el lector participe de ellos aportando recuerdos propios, sonrisas o simplemente pensando “yo también me acuerdo de eso”.
Paul Auster le auguró un futuro prometedor al libro alegando que “los libros supuestamente importantes de nuestro tiempo serán olvidados uno tras otro, pero la pequeña y modesta joya de Joe Brainard perdurará”. Es muy probable que Auster tenga razón. De momento ya cumple más de 50 años y aquí seguimos. Y el libro cumple otra función interesante y es que anima a leer más títulos del subgénero. De momento me animaré con el de Perec, que este autor suele volarme la cabeza.
¡Nos vemos en la próxima reseña!
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