Reseña de Fervor de Buenos Aires de Jorge Luis Borges

Un broche de oro para concluir mi estancia porteña

Esta es la última reseña escrita desde Buenos Aires. Y quería despedirme de la ciudad con su escritor universal y al tiempo alejarme de su género más reconocible (los relatos) y adentrarme en su críptica poesía. Así que os traigo Fervor de Buenos Aires, su primer libro publicado en 1923 y cuya tirada inicial tuvo solo 300 ejemplares. Recientemente, Sudamericana lanzó a tiempo para la Feria del Libro de Buenos Aires de este año una nueva edición de Fervor de Buenos Aires, para conmemorar los cien años del primer libro de Borges. El ejemplar es también el último proyecto editorial sobre el que trabajó María Kodama antes de su muerte, el 26 de marzo pasado. Este volumen incorpora los dos libros que siguieron en su producción poética: Luna de enfrente (1925) y Cuaderno San Martín (1929). El centenario y estas incorporaciones tienen como objetivo homenajear al genio argentino que ya en estos poemas daba una idea de lo que florecería a lo largo de su dilatada trayectoria literaria. Ya en el Prólogo a la edición de 1969 el propio Borges reconoce que “he sentido que aquel muchacho que en 1923 lo escribió ya era esencialmente -¿qué significa esencialmente?- el señor que ahora se resigna o corrige. Somos el mismo (…) Para mí, Fervor de Buenos Aires prefigura todo lo que haría después. Por lo que dejaba entrever, por lo que prometía de algún modo”.

He disfrutado de los tres poemarios, pero si tuviera que destacar algunos poemas sobre otros creo que me quedaría con Arrabal (Fervor de Buenos Aires), Ausencia (FBA), La noche de San Juan (FBA), Versos de Catorce (Luna de enfrente), Fundación mítica de Buenos Aires (Cuaderno de San Martín) y A Francisco López Merino (CSM). Pero, más que poemas completos, lo que tengo subrayado en abundancia son versos concretos, por ejemplo, “yo soy el único espectador de esta calle; si dejara de verla se moriría” o “el olvido es el modo más pobre del misterio”. En estos poemarios Borges profundiza en lo que Buenos Aires le sugiere. Dedica muchos versos a sus calles, a sus barrios, a sus vecinos, a sus vivencias. Seguro que Borges, hasta que su ceguera se lo permitió, fue un asiduo y atento paseante de la ciudad. Sin ser muy fan de la poesía de verso libre, si tuviera que hacer excepciones, entre estas páginas estarían algunas salvedades.

Creo que no había una forma mejor para cerrar mi estancia porteña que con la reseña de este libro. Tras estos tres meses paseando por la ciudad y observando las calles, los edificios, los parques, a los vecinos… coincido con Borges en que “las calles de Buenos Aires ya son mi entraña”.

¡Nos vemos en la próxima reseña!

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