Reseña de Cornelia frente al espejo de Silvina Ocampo

Poéticos fogonazos de prosa cruda y desconsolada

Casi fue lo primero sobre literatura que aprendí en Argentina, “¿conoces a Silvina Ocampo? Es un personaje fascinante y reolvidado en el panorama literario”. Recién lo aupó la biografía que escribió Mariana Enriquez, La hermana menor, editada en España y LATAM por Anagrama y desde entonces parece que Lumen se ha puesto las pilas para publicar toda la obra de la hermana de Victoria, mujer de Bioy Casares, amiga de Borges y amante de Pizarnik, ¡vaya red social! La mujer debió ser muy interesante, desde luego. Le estaré eternamente agradecido a Marcos Dosantos por acercarme a esta autora. Marcos me dejó El pecado mortal, que lo encontró en una librería de viejo en Buenos Aires, y yo me compré Cornelia frente al espejo, editado por Lumen. Publicado por primera vez en España en 1988, es el último libro que Silvina Ocampo entregó a la imprenta y es también el más libre. Esta edición incorpora los cuentos Diálogo de Narcisa y Nos olvidaremos de nosotros que son versiones anteriores (y distantes de las publicadas en este libro) de los cuentos Cornelia frente al espejo y Jardín de infierno, respectivamente.

Cornelia frente al espejo recoge el relato homónimo y otros treinta y tantos en los que Silvina aborda temáticas como el dolor, los miedos, la soledad, el desamor o la indapatación, normalmente desde las vísceras y cargando cada frase de un halo poético radical que ahonda en la fragilidad de los personajes. La autora recurre a animales (fundamentalmente aves y monos), plantas (flores y árboles) o a barcos (por aquello de la deriva, el oleaje, los rumbos cambiantes o desconocidos), para alegorizar sus pensamientos sobre estos temas. Si hay un tema que destaca sobre el resto es la muerte. Vale, no es muy original, lo sé, la literatura está llena de muerte (como la vida misma), pero la fuerza expresiva de Silvina Ocampo es difícilmente comparable -poesía aparte-, no sé si habrá muchos cuentos y novelas que trabajen así de crudamente la muerte (ahora no se me ocurre ninguno). Desde reflexiones sobre la relación con la vida (“muchas veces terminamos de vivir. De morir, nunca” o “me alegra morir alguna vez, antes de morir realmente”), pasando por la relatividad de la muerte (“morir no es nada. Todo fin es principio de otra cosa. Nada importa, salvo esa luz inmaterial de una mirada, la voz sonora de un grito que nos llama”) hasta las formas de morir (“yo quisiera morir un día de la perfección de un cuadro o de una música o de un poema”) o la idea del día de su muerte (“el día en que me muera caerán de mis ojos lágrimas y de mi boca palabras. Nunca se contradicen”). No me negaréis la fuerza expresiva que hay en estas citas. Los cuentos de Silvina Ocampo son notables, la intensidad lírica es brutal, los diálogos son inquietantes, los giros narrativos van de lo inocente a lo culpable sin intermedios… y lejos de ser algo sobrecargado, todo funciona bien.

Los que no concebimos la poesía sin rima podemos recurrir a estos relatos para justificar nuestra posición: si no quieres rimar (o no eres capaz), no lo hagas, pero no te inventes versos sin estructura, escribe relatos. Silvina trabaja en ese campo de batalla, en esa frontera entre la prosa y la poesía y hace que brillen la una y  la otra, porque la prosa de Silvina funciona a fogonazos, a destellos, en los que concentra todo un sentimiento o una idea en distancias cortas, como si fueran versos. Posiblemente sus relatos no pasen a la historia de la literatura como los de Chejov, Cheever, Borges o Poe, pero merecen ser leídos, disfrutados e, inevitablemente, sufridos.

¡Nos vemos en la próxima reseña!

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