El viaje de niña a mujer sobre la identidad y las expectativas
No. Aun no he decidido si voy a reseñar todo lo que lea este año. Seguramente no, pero de momento aquí sigo. En este intento de alejarme de mi compromiso con vosotros y vosotras, siento que parar sería un error y al mismo tiempo una ganancia de tiempo y reducción de la exposición pública que aligeraría mi equipaje vital. No sé qué haré. Y por eso estoy aquí, porque mientras lo decido prefiero seguir. Esta pequeña huida hacia delante la veremos también en la protagonista de la novela que hoy os traigo, Las niñas prodigio de Sabina Urraca editada por Fulgencio Pimentel. Una obra de arte nada canónica, de las que apetecen más porque sabes que te mueves en terrenos poco frecuentes incluso ignotos.
En Las niñas prodigio Sabina Urraca nos propone un relato caótico sobre la identidad de una mujer desde su infancia hasta su madurez. Estamos ante una novela tragicómica en varios actos, sin un orden cronológico, en el que van apareciendo personajes de lo más variopinto: una mujer fatal de 9 años, asesinos rurales, amigos por correspondencia o un sexólogo aficionado a las metáforas relacionadas con la repostería; una galería de fantasmas, como lo define la propia autora, sobre todo de fantasmas del pasado. Los personajes son víctimas de la crueldad y, al mismo tiempo, son incorrectos en sus impulsos y aspiraciones, desentonan a propósito para sentirse libres. En una entrevista con Andrea Abreu en El País, Urraca sostiene que esta novela, “es una forma de dejar atrás muchas cosas de la infancia y de la adolescencia y poder entrar en temas de madurez. Desde que saqué el libro me da la sensación de que llevo una vida muchísimo más adulta”. La novela está cargada de anécdotas loquísimas, divertidísimas, poderosísimas e incomodísimas, y al mismo tiempo tan comunes y vulgares que provocan con su lectura más de un momento de rubor.
El libro se titula Las niñas prodigio, pero las protagonistas son antagonistas a cualquier niña prodigio. En la entrevista en El País a la que antes hemos hecho referencia, Abreu le pregunta por su niña prodigio favorita, “Nika Turbina. Mi libro comienza con un fragmento de un poema suyo. Nika escribía poemas desde los tres años. Tenía insomnio y terminó suicidándose con veintipocos. Me gustan las que han vivido dramas. Punky Brewster es otra. Ella tuvo gigantomastia, le crecieron las tetas brutalmente y se tuvo que operar. Ahora es una tía bastante anodina. Casi me gustaba más con las tetas esas enormes. Drew Barrymore también. Me cae muy bien. La veo tan sana siempre, que digo: Cómo puede ser que te hayas drogado tanto y hayas bebido tanto”. Y sin embargo, en el fondo parece que la autora a quien realmente admira a las niñas caóticas de su novela. De hecho, tiene una charla TED que os recomiendo sobre cómo escapar de la niña prodigio. Mola más ser imperfecta, romper con las expectativas. Esto de lo que Gomá presume de no haber tenido sobre sus hijos en una carta maravillosa que aprovecho para recomendaros. En la propia novela, el personaje poco a poco se va reconociendo más cerca del desastre que de la perfección, las primeras pistas las encuentra ya en la infancia, “en esa niña huérfana, acogida por un señor cascarrabias que tomaba demasiado medicamento para la úlcera, se condensaba toda la belleza del mundo. Era mi Teresita de Jesús, mi niña santa. Sus pecas, los estigmas que a veces buscaba en mi rostro frente al espejo”. Y en esa etapa maravillosa que todo joven debería vivir en ese Madrid maravilloso que descubres entre los 25 y los 35 años, la protagonista termina de aceptar que el secreto de vivir está en terminar exhausta cada día y levantarse nueva al día siguiente: “Me traslado a Madrid. Veo que no sé cuidarme. Pierdo muchos zapatos, beso a mucha gente, toco paquetes y encías, con el dedo y con la lengua. Por las mañanas me despierto y lloro. A veces miro al cielo buscando una luz muy potente que se haga cada vez más grande, hasta aterrizar. Pero hace muchísimo tiempo que es imposible confundirme con Nadia Comaneci”. En las miserias, en los errores, en los fracasos, es donde realmente brillan las verdaderas niñas prodigio, esas que arrodilladas en la entrada de un garaje, “como adorando mi propia pota, entendí que sería siempre así. Mis propias ganas de brillas me impedirían dar un solo paso”.

Se trata, según la propia autora, en una novela de autoficción con matices. Matices que surgen de historias ajenas, conversaciones robadas, sueños o aspiraciones de la protagonista o de la autora. Matices al fin y al cabo que son los que dan ese aire fresco y desenfadado a la novela. La protagonista se enamora de mujeres, de hombres, descubre su cuerpo, adora a Punky Brewster y a Nadia Comaneci, tiene una relación difícil con su padre, una relación temeraria con un señor mucho mayor con ella y una relación directamente gótica con Luz, el fantasma de una niña de tres años que murió en la casa de montaña en la que ahora tiene alquilada la protagonista. A Sabina Urraca le da tiempo a hablar de todo y cualquier pasaje o personaje enriquece la intención narrativa del viaje identitario de niña a mujer.
En una breve crítica de los libreros de Atticus-Finch a la novela, destacan el caracter trino de la novela, “tres momentos vitales, tres descubrimientos, tres afirmaciones (…)Tres mujeres en una. O la misma mujer en tres. Todas ellas oníricas y carnales. Introspectivas y cotidianas. Especiales y vulgares”. Esa presencia del tres me invita a cerrar esta reseña con tres adjetivos recurrentes mientras hablaba de la novela durante su lectura, Las niñas prodigio es una novela divertida, surrealista y provocadora. Léanla.
¡Nos vemos en la próxima reseña!
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