La autoproclamada novela del año es un bluff como un campano
Cuidado con los fenómenos editoriales. Cuidado con los libros que se hacen virales. Cuidado con aquellos libros que se autoproclaman como “la novela del año”. Los asquerosos de Santiago Lorenzo es una de esas novelas espumosas. Empiezan por todo lo alto, pero poco a poco se van diluyendo hasta que al final se recalientan y no hay quien las termine. Eso sí, le reconozco cierto nivel en el lenguaje, en el tono del libro y en la riqueza de vocabulario, expresiones y situaciones absurdas y cómicas (sin pretender ser una novela de humor, ni mucho menos).
La idea del retiro espiritual y vital ha sido tratada en la Literatura de forma constante. No son pocas las novelas y los ensayos que abordan esta temática. Quizás el más emblemático y (de momento) insuperable sea Walden de Thoreau (pronto os traeré la reseña), pero hay otras novelas que defienden el retiro rural y naturalista de las asfixiantes ciudades: Invierno de Rick Bass está muy logrado, Las Ocho montañas de Cognetti es un canto al aire puro que se respira a más de mil metros, Canadá de Ford es otra maravilla, y cualquiera de Delibes es una invitación a volver al pueblo y al campo.
En este libro, Lorenzo nos presenta a Manuel, un joven que huye de Madrid tras acuchillar a un antidisturbios que quería pegarle al confundirlo con un manifestante. Asustado, Manuel se esconde en una aldea abandonada (posiblemente inspirada en algún pueblo segoviano, pues el autor vive en ese ambiente) para que no le detengan y mantiene comunicación con un único familiar. Okupa una casa, sin luz, sin agua, sin supermercado, sin prácticamente cobertura, sin calefacción, sin nada. Manuel practica una austeridad brutal, “con su pobreza autosurtida compararía tiempo, porque pasaba ratos mucho mejores en el mercado de horas que en el de frutas y verduras. Aquel le ofrecía mejor producto”. Su familiar le envía una compra de Lidl con un avituallamiento de batalla, “col lentejas, zanahorias, macarrones, fruta de oferta… Me contó con detalle que, al aire sano del asueto, nada le ponía más alegre que la legumbre cocida con sal, aceite y vinagre, o el arroz blanco con ajos fritos. Proclamó que le sabían a gloria (“Me saben a estar a lo mío”, dijo)”. Manuel disfruta con esto y cada vez va a más, “no necesitaba apenas nada de lo adquirible en una tienda. La carencia era su gran, saciante patrimonio. Se estaba instalando en una austeridad fiera en la que chapoteaba cada vez con mayor deleite, como quien se da a la gimnasia extrema y goza con la queja muscular, la falta de aliento y el dolor de plantas. Su apetito por la sobriedad empezaba a ser gula, y su amor por la pobreza empezaba a ser lujuria”. Escondido del mundo halló una libertad plena y antihigiénica (en términos sanitarios el asqueroso es él). Metido en una casa abandonada se encontró a sí mismo y toda la carga filosófica que este modo de vida conlleva. Genial. Hasta aquí el libro está bien. Da un poco de asco (metido en mi vorágine urbanita de dos duchas diarias), pero está bien. Sin embargo, empieza a perder cuando una familia decide comprar y rehabilitar la casa de al lado. Una familia bulliciosa, urbanita, tecnológica, con niños, con ruido, con amigos, con fiestas nocturnas, etc. Una familia que además pretende montar un negocio de multiaventura rural en el pueblo y repoblarlo. Manuel enloquece con esta invasión a su austera intimidad rural y empieza a tomar decisiones equivocadas que terminan con lo poco que empezaba a gustarme de la novela.
Se lee de dos momentos. Es ágil. Fácil. Accesible a lectores no avezados. Quizás le sobren algunas páginas y algunos detalles escatológicos (o al menos transgresores de lo comúnmente aceptado) y el cierre de la historia es bastante mejorable, pero no está mal. Como ya he comentado con algunos de vosotros, el libro está sobrevalorado (overrated me habéis llegado a decir en esa jerga del win/win, el FYI, o el hype). Y es que ya os he advertido, cuidado con las autoproclamadas novelas del año, no todas son Patria.
¡Nos vemos en la próxima reseña!
Bien es cierto que la llama la ‘Novela del año’ la propia editorial, y algún que otro periódico, pero si luego lees reseñas de lectores asiduos descubres esto, que no es para tanto. Pero en fin, muchos caemos en esta proclama que promete un novelón. Por eso me encanta descubrir reseñas cómo estas, llenas de sinceridad. Un saludo. 😊
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A mi me decepcionó mucho y tenía todos los mimbres para ser un novelón, peeeero… es un poco cacota.
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