Hay libros que debemos leer. No por su destreza técnica, ni por la potencia de la historia, sino porque leerlos nos hace más humanos. Leer esos libros nos obliga a quitarnos el caparazón. Nos abre el alma. No nos permiten ponernos de perfil. Nos obliga a reflejarnos. El olvido que seremos es de esta clase de libros. Me lo recomendó mi padre hace mucho tiempo (quizás fuese con segundas, no lo sé). Mi padre me recomienda pocos libros, pero suele acertar. Tengo una lista diferente para sus recomendaciones. Las voy administrando. Como todo lo que viene de él. Poco a poco. Lo rumio. A veces lo trago y otras no. Aunque él no lo crea, suelo hacerle caso. Y esta es de las veces que me alegro por haber seguido su sugerencia. Este libro es bellísimo.
Abad Faciolince escribe sobre su padre transmitiendo un profundo amor y respeto. Antes de entrar a la historia del padre, el autor se entretiene en alagarlo y en explicar todo lo que su padre significó en su vida: por ejemplo, “un día tuve que escoger entre Dios y mi papá, y escogí a mi papá” o también, “ahora pienso que la única receta para poder soportar lo dura que es la vida al cabo de los años es haber recibido en la infancia mucho amor de los padres. Sin ese amor exagerado que me dio mi papá, yo hubiera sido alguien mucho menos feliz”. Es difícil no verse reflejado en los sentimientos del autor por su padre, incluso en algunas cuestiones concretas, “cuando tengo que juzgar algo que hice o algo que voy a hacer, trato de imaginarme la opinión que tendría mi papá sobre ese asunto. Muchos dilemas morales los he resuelto simplemente apelando a la memoria de su actitud vital, de su ejemplo, y de sus frases”. Yo también lo hago. Supongo que todos lo hacemos, con nuestros padres o con nuestras madres. Seguro que es más difícil crecer sin el ejemplo familiar.
La historia es interesante, además es real. Trata sobre el padre del protagonista, Héctor Abad Gómez, médico y activista en pro de los derechos humanos en Colombia, quien resulta asesinado en Medellín por la cruenta violencia política que vivió el país. La historia también es tristísima, pero debe ser contada, al menos para que los asesinos no terminen ganando: “la única venganza, el único recuerdo, y también la única posibilidad de olvido y de perdón, consistía en contar lo que pasó, y nada más”. El libro no está mal escrito. A veces se entretiene en detalles banales de la vida de su padre, que quizás formen parte de ese recuerdo que pretende el autor, pero se lee bien. Según Héctor Abad, este libro “es el intento de dejar un testimonio de ese dolor, un testimonio al mismo inútil y necesario. Inútil porque el tiempo no se devuelve ni los hechos se modifican, pero necesario al menos para mí, porque mi vida y mi oficio carecerían de sentido si no escribiera esto…”. Faciolince se desahoga, y tú te acongojas: “de mi papá aprendí algo que los asesinos no saben hacer: poner en palabras la verdad, para que esta dure más que su mentira”. Al mismo tiempo. Sin posibilidad de librarte de la brutal pena que libera el autor y que tú recoges sin rechistar.
Lo que queda del libro es la moraleja, el título: el olvido que seremos, extraído de un soneto de Borges en el poema Epitafio: “ya somos el olvido que seremos/ El polvo elemental que nos ignora/ y que fue el rojo Adán y que es ahora/ todos los hombres y que no veremos”. El libro deja poso, como los buenos recuerdos, “si recordar es pasar otra vez por el corazón, siempre lo he recordado”. Todos nuestros padres (y madres) serán recuerdos que no deben dejar de pasar por el corazón, porque son corazón y alma y preocupación y satisfacción y sensatez y aprendizaje y ejemplo y orgullo y amor, sobre todo amor. Ojalá yo sepa escribir o hablar de mis padres como lo ha hecho Faciolince, pero es más importante que lo sepan en vida.
¡Nos vemos en la próxima reseña!
PS. Mis reseñas son tan limitadas como mis capacidades, pero sobre este libro existe una columna maravillosa de Mario Vargas Llosa: aquí. Si no me hacéis caso a mí, hacédselo a Vargas Llosa. Él tiene más y mejor criterio.
¡Genial!
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